Sección General

Memorias de la fragmentación de la selva: colonización y luchas agrarias en la región del Sarare, Arauca, Colombia, 1960-1990

Memories of the forest fragmentation: colonization and agrarian struggles in the Sarare region, Arauca, Colombia, 1960-1990

Johanna Moreno Romero
Universidad Federal de Goiás, Brasil
Darío Pérez
Institut de Recherche pour le Développement (IRD, PHIM y PALOC), Francia

Memorias de la fragmentación de la selva: colonización y luchas agrarias en la región del Sarare, Arauca, Colombia, 1960-1990

Revista Jangwa Pana, vol. 21, núm. 2, pp. 132-145, 2022

Universidad del Magdalena

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Recepción: 11 Marzo 2022

Aprobación: 18 Julio 2022

Resumen: El fenómeno de colonización agraria en la región del Sarare (departamento de Arauca, Colombia) ha sido fundamental para la construcción social del territorio. Las coberturas vegetales nativas empezaron a ser reemplazadas por vías de comunicación y asentamientos que hicieron los primeros colonos, adaptándose a las condiciones ambientales preexistentes, y que determinaron el cambio en las actividades económicas, desde el establecimiento de grandes extensiones de explotación ganadera hasta la expansión del extractivismo, patrocinado por el Estado colombiano. En este artículo mostraremos, a través de la recopilación de información primaria, observación participante y la revisión de fuentes secundarias, el impacto de la colonización en la estructura agraria del Sarare, entre 1960 y 1990, y los relatos locales acerca de la crisis derivada de la transformación de la naturaleza para el beneficio de grandes capitales, una problemática que permanece vigente y se acentúa por las políticas neoliberales y anti-insurgentes de los gobiernos de turno.

Palabras clave: conflictos socioambientales, estructura agraria, extractivismo, historia ambiental, tenencia de la tierra.

Abstract: The phenomenon of agrarian colonization in the Sarare region (department of Arauca, Colombia) has been fundamental for the social construction of the territory. The native vegetation canopy began to be replaced by communication routes and settlements established by the first pioneers, adapting to the pre-existing environmental conditions, and which determined the change in economic activities, from the establishment of large areas of cattle exploitation to the expansion of extractivism sponsored by the Colombian State. In this article we will show, through the collection of primary information, participant observation and the review of secondary sources, the impact of the colonization on the agrarian structure of the Sarare, between 1960 and 1990, and the local accounts about the resulting crisis of the transformation of nature for the benefit of large capital interests, a problem that remains in force and is accentuated by the neoliberal and anti-insurgent policies of the national governments.

Keywords: socio-environmental conflicts, agrarian structure, extractivism, environmental history, land tenure.

Introducción

El Sarare es una región ubicada en la frontera nororiental de Colombia con Venezuela, entre la cordillera oriental de los Andes y las extensas sabanas del río Orinoco. La historia de sus comunidades campesinas está determinada por las dinámicas de uso y distribución de la tierra, desde colonizaciones fundacionales y recientes, hasta el conflicto armado interno, la expansión de actividades extractivistas y la cultura de frontera misma (Gutiérrez-Lemus, 2010; Maher, 2018).

Desde la llegada de los primeros colonos[1] se inició un proceso de explotación de la naturaleza para el establecimiento de actividades económicas de tipo extractivo, que se intensificó y aceleró con la participación de capitales extranjeros patrocinados por el Estado. Estas circunstancias profundizaron las crisis socioambiental y territorial que históricamente han enfrentado las comunidades locales en esta región (Faguet et al., 2020; Machado, 2017).

La colonización agraria[2] marcó el inicio de la región del Sarare porque, antes de la década de 1960, era una selva que se extendía desde el municipio de El Nula, en Venezuela, y cubría las estribaciones de la cordillera oriental entre los departamentos de Norte de Santander, Boyacá y Arauca. Con la llegada de campesinos y campesinas sin tierra provenientes de varios puntos del país, se comenzó a explorar la selva por medio de la apertura de caminos para el ingreso de la migración agraria que seguiría en aumento hasta la década de 1990. De ahí la importancia de la colonización en el imaginario del campesinado y en la historia de la región.

En 30 años, la colonización logró reemplazar la selva por sabanas semi-inundables con morichales, grandes esteros, casonas de madera y palma, y largas trochas para conducir el ganado y transportar los productos agropecuarios. Para la década de 1980, la concesión del Santuario de Fauna y Flora del Lipa (municipio de Arauquita), realizada a la multinacional Occidental Petroleum (OXY), hizo de la región el principal productor de crudo del país, ocasionando que, desde entonces, el Gobierno nacional definiera la extracción de petróleo como principal actividad económica para el departamento de Arauca y, al mismo tiempo, desincentivara la producción agropecuaria, que era la vía de desarrollo para las familias colonizadoras (Gutiérrez-Lemus, 2010).

La crisis que vienen resistiendo las comunidades campesinas está asociada, entre otros factores socioeconómicos y políticos, a las transformaciones ocasionadas por la fragmentación de la selva y la reducción de los recursos naturales que provienen de esta, la ampliación de la extracción petrolera regional (Vargas y León, 2016) y la pauperización de la agricultura, como se identifica en el Censo Nacional Agropecuario (DANE, 2016). Aunque la colonización agraria del Arauca es un elemento fundamental en la construcción territorial y en la consolidación de una cultura llanera adaptada a las condiciones ecológicas cambiantes de la región (Giraldo-Castaño, 2006), aún existen muchos vacíos en la información acerca del impacto de las actividades económicas en la dinámica de uso y apropiación de la tierra. Respondiendo a esta problemática puntual, el objetivo de este artículo es registrar, a través de la recopilación de los relatos locales, observación participante y la revisión de fuentes secundarias, el impacto de la colonización en la estructura agraria[3] y en la identidad del Sarare.

El artículo está dividido en tres partes: en la primera, hablamos del reemplazo de la selva debido al proceso de colonización y a la ampliación de las vías de comunicación para el establecimiento de las actividades extractivistas en la región del Sarare; en la segunda, nos referimos a la trocha ganadera como un escenario cultural, paralelo a la fragmentación de la selva y a la reforma agraria, y que resulta clave para la construcción de la identidad araucana; en la última, hacemos un recuento de la organización campesina en la región, la cual, pese al conflicto armado y a la represión estatal, ha sido clave para la construcción social del territorio.

Aspectos metodológicos

El estudio se llevó a cabo en cinco de los siete municipios que conforman la región del Sarare: Tame, Fortul, Saravena, Arauquita (Arauca) y Cubará (Boyacá) (Figura 1). En principio, realizamos una búsqueda de información secundaria representada en documentos oficiales para la región, cartografías, artículos de prensa y opinión, consultados para corroborar datos históricos y geográficos, y el análisis documental de cinco investigaciones previas publicadas sobre la región: Rucinque (1972), Peñate (1991), Medina-Gallego (2015), De Currea-Lugo (2016) y Plazas-Díaz (2017).

Mapa región del Sarare y lugares de las entrevistas Arauca Colombia
Figura 1
Mapa región del Sarare y lugares de las entrevistas Arauca Colombia
Fuente: elaboración propia.

A partir de los resultados de esta primera fase documental, priorizamos las áreas en las cuales recopilamos la información primaria. Durante los meses de febrero, marzo, agosto, septiembre y octubre de 2020, realizamos 35 entrevistas semiestructuradas (Bonilla-Castro y Rodríguez-Sehk, 1997) a 32 hombres y 3 mujeres pertenecientes a las comunidades campesinas que están organizadas en lo que ellos mismos denominan Territorios Campesinos Agroalimentarios (TCA)[4] en el Sarare araucano (Figura 1). Las entrevistas incluyeron preguntas acerca de la colonización, la organización campesina, el conflicto en Caño Limón y el conflicto en la Hacienda Los Chorros. Adicionalmente, se implementó una fase de observación participante (Guber, 2014), que incluyó recorridos físicos por los predios, con tres familias de las veredas[5] Botalón (perteneciente al municipio de Tame), San José Obrero (municipio de Fortul) y El Vivero (municipio de Arauquita). En general, registramos la información en un diario de campo, hicimos grabaciones de audio y tomamos fotografías, previa autorización de las comunidades participantes.

Se transcribieron y analizaron los relatos recopilados; específicamente, la información que se consideró más relevante para determinar el cambio en la estructura agraria en función del impacto de las actividades económicas. Priorizamos los fragmentos de relatos sobre la colonización agraria del Sarare entre las décadas de 1960-1970, el plan de reforma agraria impulsado por el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA) hasta el año 1985, y el proceso organizativo de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) hasta la década de 1990.

El camino al Sarare lo abrió el colono: las vías de comunicación en el proceso de colonización

La identidad del campesinado que habita la región del Sarare araucano se construye a raíz de la colonización agraria de la segunda mitad del siglo XX (De Currea-Lugo, 2016). Como resultado de este proceso, se pobló más densamente la región a causa del impulso de un plan de colonización dirigido por las autoridades agrarias del Gobierno nacional: la Caja de Crédito Agropecuario (CCA) y el INCORA, y, simultáneamente, una colonización espontánea de familias que procuraron mejores oportunidades en las selvas araucanas, luego de ser desplazadas por la violencia bipartidista presente en gran parte del territorio colombiano entre 1948-1958 (Guzmán-Campos et al., 1962; Peñate, 1991).

El Sarare se conformó mediante varias olas de migración. La primera fue orientada por la CCA en la frontera con Venezuela, que comparten los departamentos de Norte de Santander, Boyacá y la intendencia de Arauca, a principios de la década del cincuenta (Plazas-Díaz, 2017; Rucinque, 1972). En ese entonces, surgieron los centros poblados de Tunebia (hoy Gibraltar), la Colonia, Samoré, el Guamo y Cubará. Las oficinas de la CCA se instalaron en la Colonia[6], a escasos metros de Tunebia. No obstante, el hecho que determinó la llegada de los colonos[7] fue la construcción de la carretera que venía de Pamplona (Norte de Santander) y llegó a Cubará en el año 1960. De acuerdo con un colono que llegó a Cubará, la construcción rudimentaria de la carretera fue un hito que facilita la apertura de la selva a las nuevas economías:

Cuando nosotros llegamos ya había un puente de tablas donde pasaban los camiones, era un puente sin barandas, estrechito, era una estructura de hierro y encima un planchón de bancos de madera, sobre el río Cobaría. Todavía había canoas, algunas cargas las pasaban por canoas.

Era selva, y luego todo ese descenso, la carretera muy bien trazada, supremamente estrecha, seguramente hecha años antes. Le hacían buen mantenimiento, primero una compañía que bajó que fueron los Higuera, bajaron abriendo carretera, con unos bulldozeres enormes, no tenían cadena, tenían ruedas de caucho, máquinas antiguas (entrevista, septiembre de 2020).

La carretera fue trazada por las familias pioneras y, posteriormente, pavimentada en algunos tramos con recursos públicos bastante limitados (Rucinque, 1972). La geografía encontrada por los migrantes describe selvas espesas, casi que impenetrables, con árboles de troncos de gran diámetro que, de acuerdo con algunos testimonios, superaban el ancho de los brazos extendidos de una persona adulta. Como no había obreros raizales, fueron los colonos quienes abrieron los caminos dentro de la espesa selva y extendieron gradualmente los terrenos a explotar por cada unidad familiar. Esta información coincide con los reportes acerca de la presencia de coberturas boscosas del piedemonte araucano a mediados del siglo anterior, que fueron posteriormente explotadas y reemplazadas por potreros para el establecimiento de la ganadería (Ramos-Montaño y García-Conde, 2016; San José et al., 2003. Svenson, 1996).

Luego de que la carretera se construyó hasta Saravena, en 1965, la madera fue uno de los principales productos de extracción de estas selvas y uno de los de mayor impacto socioambiental en el Sarare (IDEAM, 2010; IGAC, 2012). Aunque existen reportes acerca de la diversidad vegetal presente en las sabanas inundables de Arauca (Mijares-Santana et al., 2019), la información disponible acerca de la pérdida de hábitats en la región, a causa de las actividades económicas, es escasa (Buitrago et al., 2019; Etter, 1997). De hecho, es probable que no se vuelvan a recuperar las condiciones ecosistémicas que encontraron los primeros colonos (Portocarrero-Aya et al., 2014), menos considerando el creciente impacto de la actividad extractivista en la región.

Como venían gente de otros departamentos, eso los paisas eran mucho arrecho pa’ boliar serrucho, cuando se sacaba era con tablero, no con motosierra. Eso hacían un hoyo o un andamio, y arriba subían la rola de palo y encima estaba el uno, y debajo el otro, eran con dos que se hacían. Esa madera iba para Barranquilla, y allá la exportaban para otros países, y en Bogotá que también la exportaban. Cuando esas, había esos aviones de carga que se llamaban Satena (entrevista, septiembre de 2020).

Cubará fue el centro de la colonización durante esa primera fase. En ese entonces, consistía en dos calles con un reducido número de casas hechas de madera: un caserío pequeño que, sin justificación pública, fue excluido del programa de reforma agraria por el INCORA (Rucinque, 1972), quedando relegado del desarrollo de la región del Sarare.

La ampliación de las actividades extractivistas como fuente de ingreso abre la posibilidad de la llegada de compañías y multinacionales extranjeras, las cuales llegan a intentar establecer sus propios modos de vida, pasando por encima de los intereses locales.

Por los años sesenta, entran algunos petroleros. Conocí de unos carros que ellos traían con placas de Texas, de Estados Unidos, y que eran de la Texas [empresa petrolera]. Ellos no decían qué compañía eran, o qué estaban haciendo, pero seguramente venían a explorar petróleo, a hacer sísmica. Después llegaron con maquinaria, eso fue como a finales de los sesenta y comienzos de los setenta (entrevista, septiembre de 2020).

Para esa época, de acuerdo con los relatos registrados en campo, también llegaron misioneros extranjeros a los asentamientos indígenas ubicados en el Sarare: los pueblos tunebos (U’wa), guahibos y betoyes (Rucinque, 1972). En esa época, el «centro educativo El Chuscal» era un centro religioso de evangelización y aculturación que favorecía la multiplicación de la ideología dominante y el colonialismo espiritual a las comunidades indígenas de la región (Gaitán-Zapata, 2008), siendo más importante que otros asentamientos como el de Cobaría y Bocotá, ubicado montaña arriba de Cubará hacia la sierra del Cocuy.

El establecimiento de instituciones amparadas por el Gobierno, que buscaban la homogeneización cultural, favorecía las prácticas de dominio y desposesión, promoviendo la pérdida de la memoria biocultural colectiva y, por ende, los cambios en el uso de la tierra, para favorecer los intereses del modelo que beneficia al Gobierno mismo. Dentro de estas organizaciones, las personas recuerdan claramente al Instituto Lingüístico de Verano (ILV), una institución evangélica protestante denunciada por prácticas de aculturación indígena desde 1976, y que finalmente abandonó el país en 1995 por amenaza de grupos guerrilleros (Beltrán-Cely, 2011; El Tiempo, 1995).

Roland era un piloto como extranjero. Herna y Pablo Helan eran misioneros de esa época. Era un gringo del Instituto Lingüístico de Verano, tenían la sede en Loma Linda-Meta. Hacían traducción a la lengua indígena, hicieron algunas cartillas indígenas. Tenían un avión que les proporcionaba el Ministerio de Gobierno, aterrizaban arriba en Bocotá (entrevista, septiembre de 2020).

El anterior relato da cuenta no solo de la colonización cultural imperante, sino de la apertura de vías de acceso a la región para foráneos. Este hecho también resulta determinante para explicar el aumento del interés por estas tierras, que hasta entonces habían sido poco exploradas, para la consolidación de actividades económicas extractivistas que beneficiaban a los pocos que podían acceder a este tipo de medios de transporte, incluidas las instituciones religiosas.

La vía aérea era la mejor forma de transporte en el Sarare; cada municipio, e incluso varios caseríos, aún cuentan con una pista de aterrizaje, en su mayoría en condición de abandono. En el proceso de colonización, las pistas fueron aprovechadas principalmente por las entidades estatales y la fuerza pública, los migrantes extranjeros y las compañías religiosas; el INCORA, por ejemplo, contaba con un aeropuerto entre Tunebia y Cubará.

Avanzada la migración hacia las tierras bajas del Sarare, a mediados de la década del 1960, el centro de la colonización se desplazó hacia Puerto Contreras, en la Isla del Charo, y Puerto Nariño, por la percepción de gran fertilidad de sus tierras, al estar rodeadas por el río Arauca y sus afluentes: el río Madre Vieja, río Banadía, caño Rojo y caño el Tigre. La ubicación de los puertos a las márgenes del río Arauca favoreció la dinamización de la producción, el comercio e intercambio de productos agropecuarios en la frontera. Actualmente, estos caseríos están en una condición de abandono, con calles rotas y polvorientas que no hacen justicia ni a la diversidad natural de la selva de otrora, ni a la prosperidad que representaron en los tiempos de la colonización (Figura 2).

Puerto Contreras poca actividad de comercio en el puerto TCA Saravena Arauca
Figura 2
Puerto Contreras poca actividad de comercio en el puerto TCA Saravena Arauca
Fuente: fotografía de Johanna Moreno Romero, 2020.

Las cadenas de suministro de los productos agrícolas básicos se facilitaron por las nuevas vías de acceso que se estaban creando y que permitieron que se suplieran las necesidades nutricionales de los colonos. Saravena se consolidó como un estratégico lugar de abastecimiento de alimentos regional, gracias a su conectividad, a unas condiciones climáticas favorables, al acceso a la tierra y a la propagación de variedades locales de semillas:

La primera zona platanera que hubo en el Sarare fue en la Isla del Charo y Puerto Nariño. El INCORA prestaba para cuatro hectáreas de plátano. Era empacado en hoja de bijao y en costales y en bulto. La yuca se empacaba lo mismo.

Se revienta en lo agrícola Puerto Nariño, mandando plátano para Bucaramanga, Barranquilla, Cúcuta y Bogotá. Llegaban los camiones a cargar maíz, yuca, plátano, y llegaban por el río Madre Vieja y por el Banadias […]. Saravena fue famosa por la yuca cerita, fue el único departamento que la tuvo, que tiene mucho buen sabor, todavía se consigue la semilla. Se acabó porque se trajo el cuento de la yuca armenia, que era más aguantadora, pero esa ahorita solo da palos (entrevista, septiembre de 2020).

Para los lugares menos accesibles, el suministro agroalimentario se hacía más complejo y era necesario desarrollar estrategias de abasto adaptadas a su geografía. Por efecto de la colonización espontánea, fueron exploradas las tierras más bajas del Sarare, en el municipio de Arauquita, encontrándose familias que no fueron beneficiarias del programa de reforma agraria y que, de manera recursiva, lograron llegar más profundo en la selva, navegando por la red hídrica del Sarare, que consiste en caños y esteros[8] interconectados que se alimentan de los ríos que bajan del Cocuy y se extienden hacia las islas Bayoneros y la Reinera, afluentes del río Arauca que conectaban con la gran Laguna Lipa al oriente de Arauquita.

La laguna del Lipa, cuando estaba el verano bien arrecho, pegaba tres bugíos, tres bramidos cuando iba a llover: ¡Viene el invierno! Lo otro que se llamaba Santuario del Sarare, porque había todas las especies de pescado del mundo de agua dulce. Se acabó (entrevista, septiembre de 2020).

Esta laguna era un centro cultural y espiritual para los Guahibos, los Macaguanes y los Betoyes, y posteriormente fue declarada Santuario de Fauna y Flora por el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena). En la década de 1980, la red hídrica sufrió cambios importantes, como la obstrucción parcial del brazo Bayonero; tras la construcción del centro petrolero Caño Limón, se bloqueó el paso de agua al caño Lipa, intervenciones que terminaron con la navegabilidad[9] en esta zona e interrumpieron la conexión hídrica con la laguna que actualmente se considera un estero (Figura 3) (Arango y Leyva, 2000).

(A) Caño Lipa navegable en la década del 1970, Arauquita, Arauca.
Figura 3
(A) Caño Lipa navegable en la década del 1970, Arauquita, Arauca.
Fuente: A) archivo personal de la Familia Torres, década 1970.

(B) Estado actual del caño.
(B) Estado actual del caño.
Fuente: B) Fotografía de Johanna Moreno Romero, 2020 Lipa, TCA Arauquita, Arauca.

El impulso de la colonización dirigida siguió con la construcción de las instalaciones del INCORA, alrededor de 1965, al margen del río Las Pavas, que recorre la cabecera del municipio de Saravena. Fue desde entonces que inició una segunda fase de la colonización, con el proyecto «Arauca Uno», establecido por el INCORA, y que después del año 1968 contó con el apoyo del Instituto de Mercadeo Agropecuario (Idema) y el Instituto Colombiano de Construcciones Escolares (ICCE) (Rucinque, 1972, p. 98).

El INCORA fue facultado, por mandato legal, a «administrar a nombre del Estado las tierras baldías de propiedad nacional, adjudicadas o constituir reservas y adelantar colonizaciones» (artículo 3°, L.135/1961). Desde entonces, el proceso de colonización se transformó en una estrategia de reformismo agrario, mediante la adjudicación de tierras baldías, al tiempo que el Gobierno incentivaba a deforestar aceleradamente la selva, aumentando la frontera cultivable en el Sarare durante toda la década de 1970 y hasta mediados de 1980 (Berry, 2002).

El beneficio de titulación de la tierra ofrecida a los colonos se dejaba consignado en un contrato mediante el cual se les comprometía a explotar, con trabajo personal y familiar, la mitad de la unidad agrícola familiar adjudicada por el INCORA durante los siguientes cinco años de suscrito el contrato y, además, seguir las indicaciones técnicas del proyecto productivo entregado y abstenerse de ceder el dominio o uso del bien para rentar del mismo (Peñate, 1991).

Para 1969, el INCORA recibió la suma de siete millones de dólares, mediante crédito con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que representó el 30 % de la inversión total para el proyecto de reforma agraria (Peñate, 1991). A pesar de la cuantiosa obligación crediticia asumida por el Estado colombiano, el proyecto se había paralizado para 1972; entre otras razones, porque la región seguía aislada del resto del país y sin servicio eléctrico. Nunca se cumplieron las promesas de construcción de vías y puentes que conectaran el Sarare con sus interiores, así como una salida en condiciones dignas para sacar de la intendencia de Arauca los productos agropecuarios.

«En la primera fase del proyecto se destinaba abarcar más de 200.000 hectáreas para beneficio de 2.000 familias, sin embargo se dice que ingresaron por la vía Pamplona hacia la región del Sarare aproximadamente 5.000 familia» (Plazas-Díaz, 2017, p. 6). El inconformismo del campesinado colono y los roces entre el INCORA y la Cooperativa Agropecuaria del Sarare (COAGROSARARE), constituida por iniciativa campesina en 1963, empeoraron a inicios de la década de 1970 hasta detonar en el primer Paro Cívico del Sarare, en 1972.

La trocha ganadera y el patrimonio cultural araucano

Mientras que la carretera que conecta Pamplona con el Sarare avanzó hasta el naciente caserío de Saravena, fundado por efecto de la colonización, las familias colonas también abrieron camino en dirección a las sabanas araucanas, en donde se encontraron con la cultura y economía local del llanero criollo.

El llanero se concentraba en las vegas del río Cravo y en los municipios de Tame y Arauquita, pueblos que fueron testigos del exterminio y la evangelización de los pueblos indígenas por las compañías religiosas, y de la ruta libertadora liderada por Simón Bolívar a principios del siglo XIX. Este proceso concluyó en el inicio del régimen republicano de la Gran Colombia en 1819 (Casas-Mayolo, 2018).

Tame sí es un pueblo mucho viejo. El natal de aquí es el llanero, pero entonces el llanero no trabajaba, apenas se trabajaba en las vegas del Cravo. Se usaba para cultivar el topocho y el cacao. Pero para acá, esto era selva, lo que había eran tigres, leones, por aquí no había nada de parcelas, entonces Tame vivía del ganado, de la exportación para Venezuela, por la pica ganadera.

La pica ganadera quedaba por la gran vía, salía uno de Tame, pegaba las grandes vegas de Cravo, pasaba uno, llegaba a las sabanas de Corocito, que ahí era una estación donde uno se quedaba con el ganado para el otro día madrugar, se llamaba la Macaguana, ahí había un pueblito y eran indígenas y blancos. Pasaba uno por Tamacay, Los Chorros, y salía uno a lo que se llama San José de Obrero hoy en día, y llegaba al lado de arribita de Fortul, donde era un aeropuerto viejo y provisional. De ahí agarraba uno, pasa por Barrancones y seguía derecho e iba salir al lado de Banadias. Ahí uno ya llegaba a Saravena, ahí se iba uno por el Pescao y a templar al río Arauca. En el río Arauca ahí ya llegaban los compradores o lo cruzaban, pero eso era contrabando, teniéndole mucho miedo a la Guardia (entrevista, septiembre de 2020).

«La pica» o «trocha ganadera» era un camino para conducir el ganado entre la selva. Según dicen, la trocha venía desde el sur de los Llanos Orientales, en Villavicencio, conectando los departamentos del Meta, Casanare y la intendencia de Arauca. El trazado parece corresponder, en buena parte, a caminos reales, aunque la información recopilada en este estudio es insuficiente para afirmarlo. La sección de la pica en Arauca se concentraba en sacar el ganado por el Sarare hasta la frontera con Venezuela, evidencia de que el intercambio comercial fronterizo y el contrabando tienen una tradición en la región.

La trocha ganadera, de acuerdo con los relatos de los campesinos y campesinas consultados, constaba de estaciones de parada para el descanso de los vaqueros, que dormían en chinchorros guindados en las estructuras de la estación y encerraban el ganado mientras se permitían el descanso. El trazado actual de las carreteras del Sarare corresponde, en parte, a la ubicación de la trocha ganadera del Sarare, quedando en desuso la pica, luego de la década del ochenta, con las obras viales. Un segundo camino de la trocha conectaba con Arauquita:

Hay un camino ganadero que bajaba a Arauquita; el mismo camino ganadero, pero apartaban en Fortul. De ahí pa’ abajo bajaba uno, iba a la estación que se llamaba Jujú, ahorita se llama la Primavera. En Juju era selva, pero había una hectárea de potrero, había una casetica de madera y ahí vivía un man que recibía y transmitía al otro teléfono. Ese cable llegaba a Tamacay, llegaba a otra estación que se llamaba Laurencio Saldaña, y esa estación le comunicaba a Tame. Es el mismo camino real. Todavía existe a pedazos (entrevista, septiembre de 2020).

La ganadería ha sido la actividad que marca la tradición cultural de Arauca antes y después de la colonización agraria, manteniéndose vigente pese a los conflictos territoriales (Moreno-Riaño, 2019). El oficio del vaquero, el coleo, los cantos de trabajo o vaquería y, en general, todas las tradiciones en relación con el ganado y aún conservadas por los llaneros araucanos, son determinantes para la construcción social de su territorio y, de hecho, fueron consideradas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad de la UNESCO en 2017 (Rivera-Salcedo y Chaparro-Barrera, 2019).

Generalmente, los colonos no se relacionaron con los trabajos del raizal criollo. Sin embargo, hubo quienes prestaron su fuerza de trabajo como jornaleros para acompañar los viajes del ganado de los patrones llaneros, travesías que demoraban entre ocho a nueve días para ir de Tame a Saravena. El grupo de hombres que dirigía a los animales se movilizaban a caballo, arreando el ganado por entre la selva y por el claro de la trocha. Se organizaban de forma que cada grupo de 100 reses tenía un vaquero con una función particular: el arriero de adelante se le llamaba «cabrestero», «los orejeros» se ubicaban en los laterales y los «colateros» se encargaban de cerrar el lote de bestias:

De noche, se velaba cantándole al ganado para que no se asustara. Amanecía trasnochado el caballo y usted ronco. Ahí iban puros llaneros, eran patrones. Tenían topochos y carne [para comer]. El «cachilapero» era el que entraba al lote del ganado y se lo llevaba por el camino [lo robaban]. Le acomodaban el hierro [en el cuero], se llamaba cachilapear.

Todavía se usa una «maletera», de nylon o de hilo que se caía al agua y la cama no se mojaba, y el «pollero» es como una manga de un pantalón, cocida abajo y en la mitad tiene un hueco, entonces se echa comida en ambos lados. Echaba uno el marrano frito, las tajadas fritas, un pedazo de panela, un cacho de vaca para tomar agua, ese es el pocillo. Carga uno una «cacherita», un poco de «chimú», es una tradición, una cultura (entrevista, septiembre de 2020).

En la tradición criolla no había cercas ni documentación sobre el uso de las tierras; «el llanero no se preocupaba ni por sacar la cedula de él», afirmó un campesino que trabajó de arriero en Tame (entrevista, 25 de septiembre). Los negocios se hacían de palabra y todos los terrenos se consideraban tierras baldías sometidas al dominio eminente del Estado colombiano: dominio público que contaba con protección legal desde el Código Fiscal de 1873, reglamentado en la ley 200 de 1936 y modificado en la ley 135 de 1961, mediante la implementación del reformismo agrario que impulsó la colonización del Sarare (Morales-Benitez, 1981).

Con la colonización y el proyecto «Arauca uno» se intentó reemplazar la práctica de la negociación de palabra por los títulos del INCORA y las posesiones con falsa tradición, lo que inauguró el mercado de tierras y la propiedad privada impuesta por el Estado en el Sarare. En este proceso de privatización del dominio, predominó la pequeña y mediana propiedad, dado que el Sarare se pobló mayoritariamente con migrantes sin tierra y no con terratenientes o hacendados.

El Sarare es organización y movilización campesina

Con la estabilización del uso de las tierras entre los primeros colonos, se agremiaron los autodenominados campesinos en una cooperativa en 1963, COAGROSARARE, sociedad que tuvo origen en el modelo cooperativo implementado en las zonas rurales distantes del país, para comprar productos de mercado que no producía la comunidad, con fondos comunes, favoreciendo el auto sostenimiento y garantizando precios bajos.

Después de la agremiación cooperativa, los campesinos y campesinas del Sarare también se organizaron en la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), creada en 1967 por decreto presidencial y que obtuvo su personería jurídica en 1970, expedida por el Ministerio de Agricultura. El objetivo de esta organización fue el de llevar el registro de los usuarios beneficiarios de la reforma agraria en Colombia, colaborar en la gestión de los programas sociales y la promoción de la asociación productiva entre el campesinado (Decreto 755, 1967).

En el Sarare, la ANUC tuvo gran acogida entre los líderes que hicieron comités veredales, asociaciones municipales y la asociación intendencial y departamental. La carnetización y el registro fueron masivos. No obstante, por las condiciones adversas que tuvieron que enfrentar los colonos en las selvas araucanas, el malestar acumulado en los líderes y en las mesas de trabajo de la ANUC convirtió a la asociación en el principal espacio para promover las reivindicaciones campesinas que se concretaron en el Primer Paro Cívico del Sarare, en 1972. Luego de seis días de bloqueo, el Comité se logró sentar con funcionarios del Gobierno, con el fin de firmar acuerdos sobre las reivindicaciones urgentes. «Más allá de la paralización de la región del Sarare, el paro cívico en ese momento fue una muestra de organización y responsabilidad en busca de un bien colectivo» (Plazas-Díaz, 2017, p. 12). En 1975, el Sarare tuvo un segundo paro cívico, dada la persistencia de las penosas condiciones en las que vivían las comunidades.

A pesar del carácter absolutamente pacífico de los paros en el Sarare, el Estado solo resolvió las peticiones en la década de 1980 (ASONALCA, 2020). En 1982, se organizó un paro agrario que presionó a que el INCORA desarrollara una segunda fase del plan reformista, con nuevas metas encaminadas a infraestructura vial, electrificación, construcción de hospitales y puestos de salud y colegios. En 1988, se realizaron tres movilizaciones grandes y, para entonces, se lograron varias victorias reivindicativas.

Una de las más recordadas fue la «jornada de mayo» o la toma a Caño Limón, donde el ejército hizo una intervención armada en contra de la población civil, como recuerda un campesino consultado. Esta intervención fue importante por la participación conjunta entre campesinos(as) e indígenas, para denunciar el impacto del extractivismo en las dinámicas ecológicas regionales, considerando que el Gobierno de Belisario Betancur entrega en 1983 toda el área del Santuario de Fauna y Flora Laguna del Lipa para la explotación de la Occidental Petroleum (OXY), en consorcio con Ecopetrol (Acuerdo 052 de 1983 del Inderena).

Desde entonces, inició la construcción del campo petrolero Caño Limón sobre el área de influencia de la laguna. Con esta intervención, la OXY bloqueó el caño Lipa, que conectaba la laguna con el río Arauca por medio del Caño Limón y los afluentes de las islas Bayonero y Reinera, construye terraplenes para conectar los pozos petroleros, crea piscinas de oxidación y un relleno sanitario. La llegada de la explotación petrolera significa una pérdida territorial y socioambiental para los habitantes del Sarare, además de la disminución de áreas disponibles para el desarrollo de sus actividades económicas y el uso de recursos públicos para la protección de empresas privadas (Figura 4), como ha sido la tendencia en el Piedemonte Llanero en los últimos 30 años (Vargas y León, 2016). «La militarización empieza con lo de Caño Limón» (entrevista, septiembre de 2020), afirma un campesino entrevistado, refiriéndose a la creación de batallones minero-energéticos que se encargan de defender las empresas privadas extractivistas.

Aviso del consorcio petrolero ubicado en la entrada del territorio campesino, TCA Arauquita, Arauca.
Figura 4
Aviso del consorcio petrolero ubicado en la entrada del territorio campesino, TCA Arauquita, Arauca.
Fuente: fotografía de Johana Moreno Romero, 2020.

El consorcio petrolero hizo negociaciones individuales con el campesinado que ocupaba estas zonas, hasta lograr la expulsión de las familias en 1995, después de firmar un acuerdo con la OXY y el INCORA para la indemnización y reubicación de las mismas, compromisos que no se cumplieron (entrevista, febrero de 2020). Esta situación impulsó a las familias expulsadas a retomar las tierras en 2014, esta vez en colaboración de los hijos, primos y nietos de los primeros colonos; caso que sigue en espera de resolución jurídica y política.

En la década de 1990, la organización campesina y social se centró en el uso de instrumentos democráticos, como cabildos abiertos, ante el Ejército y en compañía de autoridades de derechos humanos, para denunciar asesinatos y masacres efectuados por actores armados a diferentes escalas, y las medidas represivas de la fuerza pública frente a la movilización campesina (Fajardo, 2012). También se hicieron mesas de trabajo para consolidar, en 2015, el «plan de vida» del movimiento social del departamento: un documento que concentra el proyecto político, ético y social que persigue la organización social que, para entonces, agremia varios sectores, además del campesino (entrevista, octubre de 2020).

Consideraciones finales

Desde la colonización, los habitantes rurales del Sarare han demostrado su adaptación a los ciclos naturales de los ecosistemas y a las condiciones adversas que se han presentado, consecuencia de los conflictos socioambientales y políticos en su región. Los colonos traen consigo todo su acervo campesino, producto de la memoria biocultural de sus regiones de origen, pero muchas veces fue la intervención del Estado la que limitó su capacidad para desarrollar sus modos de vida en esta región. Al llegar a tierras foráneas, los colonos tienen conceptos propios de lo que es el desarrollo, pero muchas veces las condiciones no son ideales para consolidarlos: pocas oportunidades, falta de acceso a recursos, abandono y hostilidad estatal, son factores que les obligan a permanecer como gente sin tierra que no pertenece al territorio y que difícilmente es reconocida por el Estado. Sin embargo, en la región del Sarare muchos colonos tenían proyección de tener derecho a la tierra, se establecen y permanecen, pero la ausencia de títulos jurídicos y la falta de apoyo para la producción, distribución y comercialización agrícola, les obliga a organizarse y luchar por su reconocimiento como campesino(a).

En ese sentido, el campesinado construye una identidad determinada por los cambios en la ocupación del territorio. En su búsqueda de oportunidades, y en respuesta a las condiciones adversas que se encuentra, amplía sus actividades económicas y, pese a tener tierra, opta por ser jornalero ante la urgencia de suplir sus necesidades en un corto plazo, sin tener que abrir la selva y sin esperar las condiciones óptimas para la cosecha. Entonces, un jornalero sararense es un propietario a pequeña escala que alternaba sus trabajos agrícolas particulares con el trabajo de jornal. Sin embargo, tanto la irregular permanencia de esta fuente de ingreso como los conflictos agrarios y territoriales provocaron el desplazamiento y la desposesión de los jornaleros, quienes se vieron obligados a dejar tanto sus trabajos en las haciendas y sus parcelas, como sus modos de vida. Luego del conflicto constante que se ha vivido en la región del Sarare, la organización y la movilización social han sido acciones necesarias para un ordenamiento territorial incluyente. Mediante la retoma de sus tierras, vuelven a reconocerse como campesinos y campesinas que materializan sus proyectos productivos y de vida. En esta nueva condición, exigen unas garantías mínimas de subsistencia que, como ha pasado en otras épocas para los pequeños propietarios, han sido ignoradas. En un principio, el campesinado en la región era reivindicativo, pero ante la ausencia de una política de Estado que realmente les incluya y beneficie empieza a establecer un proyecto político que, desde la legalidad, le apuesta a la construcción de sus planes de vida propios y a la autogestión para la gobernanza local.

Declaración de aspectos éticos

A través de reuniones con las organizaciones campesinas locales, especialmente el Coordinador Nacional Agrario y ASONALCA, se lograron acuerdos para la implementación del trabajo de campo. Adicionalmente, las personas entrevistadas avalaron la implementación de este proceso y fueron informadas de los resultados. Estas personas son propietarias y tienen los derechos sobre su conocimiento tradicional aquí expuesto. Cualquier uso comercial de cualquiera de esta información requiere un consenso previo con los informantes involucrados y un acuerdo sobre la distribución de beneficios.

Agradecimientos

La elaboración de esta investigación fue realizada gracias al programa de becas CAPES del Gobierno Federal de Brasil. Agradecemos al Coordinador Nacional Agrario y ASONALCA por el respaldo y acompañamiento en los territorios, y a los(as) campesinos(as) que participaron en este proceso por la hospitalidad, el cuidado y la confianza.

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Notas

[1] En este artículo, las categorías «colono» y «jornalero» son enunciadas en masculino porque obedecen a una división social del trabajo en la región, en donde la mujer no recibe estos apelativos porque no participa de las actividades de trabajo que los identifica. Respecto a la categoría «campesino(a)», ambos géneros tienen participación en la mayoría de las actividades; no obstante, cuando se hace referencia a «líderes campesinos» en la época también se da cuenta de una división del trabajo, no encontrándose alguna lideresa campesina en los relatos (Bolla, 2018). Sin embargo, muchas mujeres fueron fundamentales en la fundación y colonización del Sarare, como Temilda Tocaria (Carrillo, 2016).
[2] En este artículo analizaremos el fenómeno de colonización agraria como el proceso que dirigió el Estado colombiano, por medio de la reforma agraria de 1961, para otorgar títulos de propiedad en tierras baldías ubicadas en regiones periféricas e inexploradas, con beneficios a los colonos como créditos, asistencia técnica y compra directa de la producción agropecuaria (Berry, 2017), y que, simultáneamente, fue acompañada por una migración espontánea que atrajo a campesinos sin tierra en búsqueda de mejores oportunidades, invirtiendo para ello su fuerza de trabajo (Castillo-Mogollón, 2021).
[3] En cuanto al concepto de «estructura agraria», en este texto lo abordaremos como el conjunto de relaciones sociales, ecológicas, económicas y jurídicas propias de las actividades agropecuarias, con el objetivo de ser analizadas en un tiempo específico, para el desarrollo agrario de una comunidad rural (Pastorino, 2009).
[4] Los TCA son un instrumento de ordenamiento social y ambiental del territorio, administrado por las comunidades campesinas y que se basa en la producción agrícola diversificada, la comercialización justa y el autoconsumo de bienes alimentarios para la población en general (CNA, 2015). En esa medida, no solo promueven el establecimiento de sistemas productivos agroecológicos, sino que regulan el acceso a la tierra, contribuyendo a reducir los conflictos por uso del suelo.
[5] En Colombia, el DANE (2018) define a una vereda como: «División territorial de carácter administrativo en el área rural de los municipios, establecida mediante acuerdo municipal. Se concibe como una agrupación comunitaria de base territorial y principal espacio de sociabilidad, caracterizada por la proximidad de residencia de sus miembros, el sentido de pertenencia e identidad común y el predominio de las relaciones vecinales» (p. 13).
[6] La Colonia fue un caserío en donde se instaló la infraestructura para desarrollar la primera fase de colonización del Sarare, ubicado sobre la cordillera. Este nombre evoca al de las «colonias agrarias», creadas mediante decreto presidencial 839 de 1928 (Decreto 839, 1928) para el desarrollo de la colonización dirigida, y que, además, se constituyeron en baluarte de la organización campesina en contra de la hacienda cafetera (Garzón, 2017; Sánchez, 1977).
[7] Según Catherine LeGrand (2016), los colonos se distinguen de los campesinos porque se ubican generalmente en tierras baldías de frontera y trabajan en estas sin el respaldo de un título jurídico que avale su posesión.
[8] «Son áreas inundadas producidas por la acumulación de aguas permanentes o estacionales, alimentadas en general por aguas lluvias, de desborde o de escorrentía» (Uribe-Hurtado, 1997, p. 27).
[9] «El origen del caño Lipa ha sido relacionado con procesos antrópicos y naturales de finales de la década de los setenta con el propósito de comunicar el río Lipa con el caño Limón y completar así un sistema navegable Arauca-Bayonero-Agua Limón-Lipa-Ele-Cravo Norte-Casanare y Meta» (Arango y Leyva, 2000, p. 36). Esta información la corroboran los campesinos que colonizaron los alrededores de la laguna del Lipa y quienes afirman que pudieron navegar gran parte de la zona gracias al caño Lipa y su conexión con la Laguna (entrevista, 22 de febrero).

Información adicional

Cómo citar este artículo: Moreno-Romero, J. y Pérez, D. (2022). Memorias de la fragmentación de la selva: colonización y luchas agrarias en la región del Sarare, Arauca, Colombia, 1960-1990. Jangwa Pana, 21(2), 132-145. doi: https://doi.org/10.21676/16574923.4711

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