Conjuntos históricos rurales del área metropolitana de
Mérida, Yucatán. Rururbanización entre siglos XX-XXI
Rural historic areas of the metropolitan
area of Merida, Yucatan. Rurbanization between XX-XXI centuries
Blanca Paredes Guerrero
Doctora en
Arquitectura. Universidad Autónoma de Yucatán. México.
Correo electrónico: bpguerrer@gmail.com
Maestro en
Arquitectura. Universidad Autónoma de Yucatán. México.
Correo electrónico: julioc.pat@gmail.com
El concepto rururbanización se refiere
al proceso de transformación espacial de asentamientos cuyo origen rural se
trastoca debido al crecimiento urbano, el cual, en su irrefrenable expansión,
ocupa aquellos ámbitos configurando un híbrido entre lo rural y lo urbano. Este
trabajo aborda el estudio de once poblaciones históricas —antiguas haciendas y
pueblos— ubicadas en los bordes de la ciudad de Mérida, Yucatán, en México,
para explicar el proceso de rururbanización acelerado en la última década de la
región. Los resultados señalan que este proceso tiene como condición previa las
políticas en materia de uso de suelo que el gobierno federal y los estatales implementaron
décadas atrás para ese fin y que básicamente consistieron en el cambio del
régimen ejidal al privado de suelos, los decretos de expropiación y la acción
metropolizadora a priori del sector gubernamental en ciudades medias del país.
La investigación también concluye y demuestra los efectos que dichas acciones
del gobierno tienen sobre el territorio en materia de uso de suelo y forma de
ocupación del espacio, y los cambios en el tipo de habitantes y de sus
edificaciones, cuyo resultado general se observa en la actual fisonomía
rururbana de esos asentamientos.
Palabras
clave: Rururbanización, Lengua; diversidad
cultural; educación intercultural
Tipología:
Artículo de investigación
Recibido:
29/09/2017
Evaluado:
28/02/2018
Aceptado:
12/04/2018
Disponible en línea:
03/05/2018
Cómo citar este artículo:
Paredes-Guerrero, B. y Pat-Canul, J.C. (2018). Conjuntos históricos rurales del
área metropolitana de Mérida, Yucatán. Rururbanización entre siglos XX-XXI. Jangwa Pana, 17 (2), XX-XX.
Abstract
The
concept “rururban” refers to processes of spacial transformation of settlements
whose rural origins are disturbed due to an unstoppable urban growth, thus resulting in hybrids between rural and urban.
This work studies eleven historical settlements –former haciendas and villages–
located on the borderlands of Mérida city in México, to explain the process of
accelerated rururbanization in the last decade in the region. The results
indicate that one condition of this process were land use policies that
implemented by both federal and national governments decades ago. Such policies
basically consisted on the change from the communal land regime to the private
land, the expropriation decrees and the a priori action towards metropolization
medium cities in the country by the government. This investigation also shows
–as a conclusion-- the effects that such actions by the government have on the
territory regarding land use and occupancy of the space forms and the changes in
the type of inhabitants and their buildings. Changes that are observable in the
current rururban image of these settlements.
Keywords: Rururbanization; Language; cultural diversity;
intercultural education
Introducción
Lugares como las antiguas haciendas y
pueblos de Yucatán, que podemos hoy considerar conjuntos históricos según la
definición de la Unesco (Unesco, 2011),
sincretizan espacios y tiempos que se remontan al período prehispánico maya,
pasando por el régimen colonial español, por la época independiente, por el
siglo XX y los años recién transcurridos del XXI. La configuración heterotópica
actual de esos contextos multitemporales es el interés del presente trabajo que
expone la relación entre las poblaciones históricas —antiguas haciendas y
pueblos— y el crecimiento urbano, a través de un acercamiento al proceso de
transformación espacial registrado en los casos analizados, así como la
perspectiva de los pobladores originales.
Desde su interior, ese conjunto de
asentamientos había conservado, al menos durante el siglo pasado, una relativa
cohesión sociocultural, arquitectónica y ambiental que se encuentran
amenazadas. Hoy muchos ya han sido alcanzados —y otros están en proceso— por la
expansión urbana de Mérida, la ciudad capital del Estado, la cual además tiene
tradición de ser importante centro regional en el este, sur y sureste de México
(figura 1).
A esta conceptuación de los lugares
estudiados como conjunto histórico, le atraviesa otra realidad que también plantea
su lectura conceptual: el fenómeno de rururbanización, que en los últimos años
se ha detonado en el área de estudio y la está transformado radicalmente. Por
ello, el objetivo de este trabajo es exponer el estado físico-espacial en que
se encuentra el avance de dicho fenómeno en el antiguo territorio de 11 casos
de estudio y la percepción de los habitantes originales del mismo.
En este texto se expone primero una
revisión conceptual acerca del fenómeno de rurubanización. En segundo término,
se muestran los antecedentes que señalan el origen y la formación histórica de
los pueblos y las haciendas en Yucatán. A continuación, se presenta el diseño
de la investigación o la metodología. Los dos apartados siguientes presentan
información resultante de la investigación que expone los procesos de
transformación físico espaciales determinados por dos procesos diferentes: la
expansión urbana y la metropolización. Aquí se observan también las medidas
jurídicas implementadas para privatizar el suelo a través de expropiaciones, lo
que se concreta en suelos de régimen de propiedad distintos y en cambios de
usos de suelo preferentemente de habitación urbana. A continuación, se muestran
los resultados de la indagación entre los habitantes acerca de su percepción
frente al fenómeno, apelando a la memoria, el sentido de pertenencia o los
anhelos de cambio. Para terminar, una discusión y el cierre.
Figura 1. Conjunto
histórico de la antigua hacienda San Antonio Hool. Se aprecia cómo la expansión
urbana de la ciudad de Mérida, gradualmente ha alcanzado a ese conjunto
histórico. En color naranja se señala el territorio cada vez menor y
fragmentado del mismo. Fuente: Google Earth
La información presentada da cuenta de
que la distancia entre estos conjuntos históricos y la urbe disminuye a medida
que el crecimiento de Mérida se incrementa. La integración a la ciudad de esos
ámbitos rurales ocurre a manera de fragmentos, mismos que hoy configuran un
archipiélago de espacios urbanos en áreas rurales. Esto nos lleva a referirnos
a un territorio que linda entre lo rural y lo urbano, lo rururbano, declarado
parte de la zona metropolitana.
Así mismo se puede observar que al
interior de las antiguas haciendas y los antiguos pueblos, la estructura de su
población también se modificó a favor del incremento de nuevos y distintos
grupos sociales que se establecieron y detonaron procesos de
inclusión/exclusión, tanto de tipo social como espacial. La mayor presencia de
espacios de equipamiento formal e informal genera tensiones tanto internas del
lugar como con la ciudad misma.
Rururbanización,
dicotomía y síntesis
Los conceptos urbano y rural, hasta la
primera mitad del siglo XX, explicaron, a través de estudios, análisis o
conceptualizaciones de entonces, el fenómeno de los espacios habitables y sus
relaciones entre los diferentes territorios. De alguna manera, esa dicotomía
categórica fue suficiente herramienta de análisis, sobre todo en Latinoamérica,
cuando la producción agraria y la población de los países estaba
significativamente localizada en el ámbito rural. Sin embargo, la imprecisión
conceptual fue planteada entre las décadas de 1960 y 1970 en Inglaterra y
Francia (Bauer y Roux, 1976; Phal, 1965) ante lo que se observó como una nueva
rururalidad, con la característica en esos países de que se trataba de una
migración urbana hacia el ámbito rural —no igual al de América Latina—, proceso
que también se entendió como una contraurbanización o exurbanización. Lo cierto
es que nuevas dinámicas surgieron en los ámbitos rurales que no podían ser
explicados por aquel par conceptual; más bien la dicotomía se sintetizó en lo
rururbano.
Cuando la investigación de lo urbano
surgió en México, ocurrió sobre todo ante el crecimiento de una de las ciudades
más pobladas del planeta: la Ciudad de México. Entonces, el énfasis sobre el
fenómeno urbano inició sin detenerse hasta el presente. Uno de los precursores
de la materia en este país, Emilio Pradilla, señala en su libro Contribución a
la crítica de la teoría urbana que, a mediados de la década de los años
sesenta, Francia atrajo a investigadores mexicanos preocupados por el “problema
urbano” de Latinoamérica, al cual brevemente caracterizó, involucrando tanto el
ámbito urbano como el rural. Las ciudades con su acusado crecimiento desigual,
inarmónico e inequitativo, y el medio rural con sus profundas transformaciones
económicas, políticas demográficas y físicas que, sumadas a la urbanización,
señaló el autor, aceleraron sus ritmos debido a la migración campesina hacia la
ciudad con la consecuencia de una explosión demográfica urbana y la ampliación
de sus fronteras físicas, así como también la modificación de la
infraestructura vial y de los servicios mientras que en la periferia se
fraccionaban miles de hectáreas de tierra agrícola para localizar zonas
industriales y fraccionamientos residenciales (Pradilla, 1987, p. 8). A este
autor se sumaron otros planteamientos de lo urbano, convirtiéndose en obras
paradigmáticas publicadas en México, como los trabajos de M. Castells, López
Rangel, Luis Unikel, R. Segre y Richard Morse (Castells, 1972; López, 1975;
Morse, 1973; Segre, 1975; Unikel, 1976).
En la década de los años ochenta del
siglo pasado se acuñó el concepto conurbación, el cual, desde la disciplina del
urbanismo, expuso los problemas de crecimiento y fusión territorial de ciudades
con otras localidades. En 1989 en México el Inegi (2010) definió que
conurbación “Es la unión de dos o más localidades, dentro de las cuales por
lo menos una de ellas es urbana (de 2 500 y más habitantes o es cabecera
municipal). La unión se da debido al crecimiento de una o de todas ellas, existiendo
una continuidad en su amanzanamiento, entendiendo por “continuidad en su
amanzanamiento” el ancho promedio de una calle de la localidad” (p. 4-5). Esta
condición de continuidad deja por fuera una multitud de casos de lugares que,
aun siendo cercanos a una urbe, no cumplen con este rasgo y por el contrario
tienen su propio trazo distinto al urbano y además tienen tierras en su
entorno, originalmente destinadas a la agricultura.
Entre el fin del siglo XX y los
primeros años del actual, con la proliferación de áreas metropolitanas y desde
las disciplinas de la geografía, e incluso la ecología, aparecen o reaparecen
términos propuestos para explicar el fenómeno de la relación entre el espacio
urbano y el rural, como deslocalización e incluso difusión urbana, y se repiten
las denominaciones de esas áreas como suburbanas, periurbanas, interurbanas,
hasta ciudad difusa, asumiendo que todo es urbe (Cañizares, 2007). Este
conjunto de conceptos trata de explicar los procesos de la expansión urbana y
de las metrópolis a costa de tierras circundantes y el conjunto de
modificaciones económicas productivas, ecológicas y sociales en general.
Las transformaciones en estos procesos,
para ser explicadas requieren caracterizar lo rural y lo urbano, que a su vez
implica, según distintos enfoques disciplinares, criterios muy diferentes que
van de lo exclusivamente demográfico (cantidad, dispersión), pasando por la
actividad económica-productiva (agrícola, industrial, servicios, etc.), los
usos de suelo (habitacional, comercial, etc.), normativas (áreas
metropolitanas, de reserva), físico (densidad de ocupación, uso de suelo, tipo
de suelo) y la cultura (urbana o rural) (Capel, 1975).
El concepto de rururbanización resurge
en este contexto también denominado postindustrial, sobre todo en países
latinoamericanos cuyas ciudades medias transitan hacia la metropolización.
Difundido el siglo pasado por Bauer y Roux, el área rururbana se define como
una zona próxima a un centro urbano y es sometida al aporte de una población nueva,
principalmente de origen urbano, y esa área se caracteriza por la subsistencia
dominante de espacios no urbanizados (Bauer y Roux, 1976). No obstante, este
concepto explicó una realidad diferente en Francia e incluso en España.
Rosselló-Verger (1990) señala dos aspectos centrales para este trabajo: el
primero es la ocupación del suelo rural en torno a la ciudad por habitantes de
origen urbano y, el segundo, la permanencia del contexto físico rural.
En las aproximaciones a una definición,
el concepto ha sido sujeto a muchas críticas y sus mejores aportaciones tienen
que ver con la caracterización de esos ámbitos. En este trabajo se asumen las
que tienen que ver con la configuración del espacio habitable, el concepto
desarrollado en disciplinas como la arquitectura, que enfocan el proceso de
habitar desde la doble relación entre la ocupación del espacio concreto, es
decir, el criterio de las estructuras físicas, ambientales y los procesos
humanos de habitar, fundamentalmente los modos de vida (Salazar, 2011).
Las
haciendas y los pueblos: conjuntos históricos rurales
Dos ámbitos rurales integraron
históricamente la red de asentamientos humanos en la Península de Yucatán: por
una parte, la hacienda, institución agraria de larga tradición en América, que
tuvo una presencia cuantitativa singular en su etapa productora henequenera,
pues se estima una existencia de más de mil haciendas entre los siglos XIX y XX
(figura 2); y por otra parte, los pueblos —primero mayas y luego denominados
“de indios” durante el período colonial— con una presencia numerosa en la
región maya peninsular, lo que convirtió a ambos tipos de asentamientos en
fuertes componentes dentro la estructura de poblados de Yucatán (Paredes,
2006).
Figura 2.
Antigua Hacienda Yaxcopoil. Estructuras antiguas se conservan y mantienen sus
pueblos habitados cuando más alejados están de los centros urbanos.
Sus antecedentes se entrecruzan en el
tiempo y en el espacio, surgidos de condiciones adversas para la población maya
precolombina. Para esa comunidad, los pueblos tuvieron su origen en el siglo
XVI y las haciendas en el XVIII. Los asentamientos mayas originales sufrieron
con la conquista española cambios radicales en la estructura territorial de sus
espacios habitables debido a que una de las estrategias de la Conquista fue la
reagrupación y concentración denominada congregación. Los pueblos de indios, al
final del siglo XVII, prácticamente se habían refundado en su totalidad, pues
existían 275 pueblos en 1669 (García, 1972).
Por otra parte, el germen de la
hacienda surge en el siglo XVII con las primeras estancias de españoles —casi
siempre de encomenderos— donde estos podían tener ganado, generalmente cerca de
ciudades y pueblos de indios, al igual que a lo largo de los caminos. Así establecieron
el vínculo Encomienda-Estancia.
En el siglo XVIII, a diferencia de
otras regiones de México, ocurrió en Yucatán la transformación de innumerables
estancias en haciendas, ocupando más territorio a costa de las comunidades
indígenas y constituyéndose en un nuevo tipo de asentamiento en la red
peninsular de asentamientos. El objetivo inicial de la hacienda fue fomentar la
actividad ganadera —como la estancia— pero pronto incorporó la producción
agrícola maicera en respuesta a la creciente demanda en ciudades y pueblos de
productos agrícolas (Patch, 197). La estructura de los establecimientos humanos
en la península, en el último siglo colonial, estaba compuesta por las
ciudades, los pueblos, las haciendas, los ranchos y los caseríos, todos ellos
incrementando su población, a excepción de los pueblos. A principios del siglo
XIX, las migraciones, desde los pueblos a las haciendas, fueron propiciadas por
la legislación agraria que restringió el territorio legal de los pueblos a no
más de cuatro leguas cuadradas y en muchos casos a una sola legua, lo que
afectó negativamente a sus habitantes —básicamente campesinos— obligándolos con
ello a abandonar sus poblados (Patch, 1990),
La actividad productivo
ganadero-maicera de la hacienda fue sustituida durante la segunda mitad del
siglo XIX por otra actividad relacionada con la producción agrícola: el
monocultivo del agave henequén, así como su procesamiento agroindustrial y
también su comercialización a escala internacional donde fue más conocido como sisal. Este cambio productivo transformó
la hacienda en una empresa de aliento más amplio y con un territorio y
estructura física de mayores dimensiones (Paredes, 2017). Esa hacienda
henequenera se consolidó como un importante centro de población, con motivo de
la intensa movilidad de pobladores mayas provenientes sobre todo de los pueblos
de indios. Aunque también se poblaron las haciendas de habitantes que los hacendados
llevaron de otras regiones del país como los Yaquis, y del extranjero, como
cubanos, coreanos, entre otros. Al finalizar el siglo XIX, la población
campesina indígena de Yucatán se localizaba prácticamente en su totalidad en el
interior de las haciendas henequeneras. De 20 767 peones en 1880, aumentó hacía
el año de 1900 a la cifra de 80 000 peones acapillados (Paredes, 2017, p. 32)
Entre 1915 y 1936 se produjo el fin de
la hacienda yucateca, fundamentalmente con dos hechos significativos: la
liberación del peonaje, o población acasillada, y de la tierra, hasta entonces
en manos dominantemente privadas. Con la Reforma Agraria de 1936, la tierra
pasó a manos de los campesinos en calidad de suelo ejidal. Los exhacendados
conservaron la pequeña propiedad y prácticamente abandonaron sus posesiones. No
obstante, la vida de antiguas haciendas y pueblos continuó y su gente
permaneció habitándolos. Prevaleció la actividad productiva henequenera en las
tierras ejidales, cuya comercialización fue controlada por el gobierno estatal.
Debido a la competencia de los mercados, inició su declive en 1960 cuando
prácticamente concluyó la actividad henequenera y el gobierno estatal los
mantuvo con subsidios a muchos campesinos hasta su cancelación en 1990, cuando
el gobierno federal también inició los procesos del cambio de régimen en la
tenencia del suelo hacia su privatización.
Esos
ámbitos prevalecieron hasta la segunda mitad del siglo XX, la mayoría en
condiciones precarias, pero con características ambientales y edificadas
singulares, mismas que devienen hoy en conjuntos históricos con diferentes
grados de conservación y/o deterioro, siendo quizás lo más valioso en ellos: la
presencia de comunidades mayas vivas (tabla 1) que en grado diferente han
patrimonializado su contexto y conservado su cultura, pero que están
disminuyendo según los censos.
Tabla 1. Estadística sobre población indígena maya en
Yucatán
Entidad
|
Año
de la información
|
Población
Total
|
Población
Indígena
|
Respecto
al total
(%)
|
Yucatán
|
1990-93
|
1 362 540
|
715 342
|
52,5
|
2010
|
1 955 577
|
786 113
|
40,1
|
|
Información
tomada y modificada de Inegi 1990
y 2010; CDI 1990-2010.
|
Estos
contextos han resguardado una serie de cualidades favorables a la habitabilidad
como son la articulación espacial de un contexto, las densidades relativamente
bajas de ocupación y edificación, la coexistencia con el medio natural y la
cohesión social basada en la cultura maya aún predominante en algunos casos
(Figura 3).
Figura
3. Pueblo de Izamal, Yucatán, donde se sincretizan asentamientos del periodo
prehispánico maya (arriba a la derecha la edificación maya Kinich Kakmó) y del colonial (abajo, sobre una plataforma maya, el
Convento Franciscano). Fotografía BPG
Materiales y
métodos
I. Determinación de las unidades de análisis
Este
trabajo aborda el estudio de once poblaciones históricas —antiguas haciendas y
pueblos— ubicadas en los bordes de la ciudad de Mérida, seleccionadas entre las
que comparten las características de ser antiguas haciendas o pueblos, de estar
relativamente cercanos al anillo periférico de Mérida y que han sido
clasificados como centros o subcentros básicos de población con una población
entre 100 y 2 500 los primeros, y 100 y 1 000 los segundos, dentro de la
estructura metropolitana oficial de 2005-2010 (Seduma, 2010, p. 18-19).
Las once
poblaciones se agruparon según cuatro puntos de localización. Norte: San
Antonio Hool, Temozón Norte, Sierra Papacal; Sur: San José Tzal, Texán Cámara,
Yaxnic; Oriente Sitpach, Oncán; y Poniente: Chalmuch, Tixcacal Opichén (Figura.
4).
Los
criterios para la selección de las 11 comunidades habitadas fueron: 1) casos
que abarcan las cuatro latitudes de la ciudad de Mérida: norte, sur, este y
oeste; 2) preferentemente que no se encuentren dentro de la mancha urbana; 3)
que tengan una población mayoritariamente original; 4) que aún se reconozcan
los límites físicos del pueblo, en el caso de tener algún desarrollo
habitacional cercano; 5) que conserven elementos espaciales y arquitectónicos
históricos y, 6) están dentro o muy cerca de límite del municipio de Mérida.
II. La información documental, estadística y
cartográfica
Dicha
información se recogió a partir de la revisión documental de los marcos
jurídicos y el régimen de propiedad, y los archivos del Registro Agrario
Nacional (RAN) entre los años 1990 hasta 2015, con el fin de registrar en cada
caso los procesos ocasionados por las modificaciones al artículo 27 de la
Constitución mexicana respecto a expropiaciones, cambio de régimen de propiedad
ejidal a privado y su gradual extensión.
1) El
proceso de expansión y metropolización de Mérida
2)
Cambios y permanencias de la tenencia de la tierra ejidal y privada
3)
Cambios de uso de suelo agrícola a urbano
También,
de la información estadística del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
para determinar las características generales de cada población y de sus
viviendas.
1)
Demografía
2)
Escolaridad, lengua y origen
3)
Actividades productivas
4) Desplazamiento
de las actividades agropecuarias como el soporte fundamental del sustento
familiar
5)
Poblaciones comprendidas en la zona metropolitana y la clasificación de las
localidades
Adicionalmente,
de la revisión de mapas e imágenes satelitales desde 2006 a 2015, para
contrastar la información documental y observar cambios de uso del suelo
agrícola para identificar nuevos usos industriales y habitacionales urbanos.
Con esta información se procesaron las imágenes satelitales de cada localidad
en donde es posible observar la cantidad y el tipo de cambio en el uso del
régimen de propiedad y el uso de suelo que se ha introducido en esos ámbitos
históricos.
1)
Expansión urbana sobre suelo rural
2) Usos
urbanos: habitacionales, industriales, otros
III. Trabajo de Campo
El
trabajo de campo tuvo dos tipos de abordaje:
A) Se
registraron rasgos físicoambientales, así como la percepción de las comunidades
originales frente a los cambios que les han invadido. Para el primer caso se
realizaron registros fotográficos y levantamientos arquitectónicos.
1)
Introducción de modelos urbanos de ordenamiento del suelo. Morfología
(amanzanamiento, lotificación y trazo de calles y caminos)
2)
Densidad de ocupación urbana
3)
Equipamiento y servicios de tipo urbano
4) Modificación
de tipos arquitectónicos rurales por urbano
B) Se
entrevistaron a pobladores de las localidades estudiadas con el fin de indagar
sobre su percepción respecto a la conservación y el crecimiento urbano, ya sea
en los linderos o dentro de los conjuntos históricos. Se consideraron variables
como la memoria histórica, el sentido de pertenencia y el grado de contacto e
influencia con la cultura urbana, para lo cual la entrevista se diseñó en tres
apartados:
El
primero fue para identificar la vigencia de la memoria presente entre los
pobladores respecto al contexto físico, espacial e histórico y nuevo del lugar:
el trazo, la lotificación y el amanzanamiento del poblado, sus edificaciones
antiguas, la infraestructura, el equipamiento y los servicios. Esto, tratando
de identificar el contraste entre los habitantes en dos situaciones distintas:
uno, el caso de los pueblos de los que ya se encuentran rodeados o tienen cerca
de sus límites, desarrollos habitacionales urbanos masivos y, el otro, cuando
esto aún no ocurre, pero entre los habitantes existe una expectativa.
El
segundo, para identificar el arraigo o sentido de pertenencia de los
habitantes, vinculándolo con su vivienda, a través de la comparación entre
estas con las casas que ofrecen los crecimientos habitacionales de tipo urbano.
Entre las características estudiadas están el tamaño del terreno y de la
vivienda; la calidad de los materiales constructivos; el diseño y el tipo de
espacios interiores (sala, cocina, comedor, cuartos, baños, etc.) y la imagen
de la fachada. Así mismo, se indagó sobre la disposición que tendría el
habitante de cambiar su actual fachada o morada completa por las de tipo urbano
ofertadas.
El
último apartado se creó para identificar la percepción de esos habitantes
acerca de la intensidad de la influencia cultural urbana que reciben. Indagamos
en su conocimiento sobre la conectividad que tiene el conjunto histórico a
nivel vial y de telecomunicaciones, y los propios habitantes. Por ello, se
interrogó acerca del tipo de transporte utilizado para desplazarse a la ciudad;
si cuentan con servicios de telefonía fija y móvil; y si cuentan con acceso a
Internet, tanto en las viviendas como en el asentamiento en general. Aunque
este apartado fue de carácter cuantitativo, pues registró la eficacia de los
distintos elementos de conectividad, nos permitió inferencias más amplias.
Resultados
Crecimiento
urbano y la ocupación del suelo rural o ejidal
En
México son comunes los asentamientos —sobre todo urbanos— cuyos territorios
abarcan dos tipos de suelo: uno de tradición histórica rural, el ejido, y otro
el privado-urbano que se yuxtapone al primero. Concretamente, en la ciudad de
Mérida y el municipio del mismo nombre, a lo largo del siglo XX y hasta el
presente han prevalecido ámbitos rurales históricos —las antiguas haciendas y
los pueblos antiguos— y en el contrapunto de ellos, la ciudad, que los abarca
en su crecimiento. Ambos son aspectos de un mismo fenómeno relacionado con el
recambio de tipos de suelo que ocupan.
La
definición de suelo ejidal en México está referido a dos momentos del siglo XX.
El primero, en 1917, cuando la Reforma Agraria derivada de la Revolución
Mexicana estableció el ejido[1] como un instrumento de redistribución de la tierra. Por tanto, consistió en
dotaciones colectivas inalienables de las tierras relacionadas con los asentamientos,
sobre todo rurales, los cuales también se localizaban en los bordes de las
ciudades (Alcázar, 2015).
Figura 4. Mapa tomado y modificado de Seduma, 2010
El
Segundo momento, en 1990, con las reformas constitucionales del articulo 27 en
materia de suelo urbano y rural, y sobre todo con las disposiciones
incorporadas a la Ley Agraria en 1993, que específicamente señala que el:
Aprovechamiento de áreas y predios ejidales y
comunales comprendidos dentro de los límites de los centros de población que
formen parte de las zonas de urbanización ejidal y de las tierras de
asentamiento urbano en ejidos y comunidades, se sujetará a lo dispuesto en esta
ley, en la Ley Agraria, en la legislación estatal de desarrollo urbano, en los
planes o programas de desarrollo urbano aplicables, así como en las reservas,
usos y destinos de áreas y predios. (Decreto de
reforma, 1993, p. 43)
Así, a raíz de la última década del siglo XX, el suelo
periférico en todo asentamiento en ese país se ha convertido en el escenario de
los procesos de expansión fundamentalmente urbana, cuyos mecanismos y
consecuencias son particulares en cada caso, pero los estudiosos han descrito
cómo opera el proceso en general en México (Olivera, 2005).
La ciudad de Mérida incorporó de manera significativa
el suelo urbano desde la Reforma Agraria de 1936, en cuyos ejidos decretados de
pueblos —como Chuburná, Itzimná o Cholul— y de haciendas —como Tanlum y Buena
Vista— crecieron colonias urbanas (Paredes y Alejos, 2009).
En 1970, la
ciudad inició otra etapa de expansión importante que ha continuado sin
detenerse hasta el presente, tanto territorial como demográficamente, a través
de la ocupación de suelos rurales ejidales y movimientos poblacionales. Por una
parte, los habitantes de Mérida en ese año representaban el 31.9 % del total
del Estado de Yucatán. Al término de los años ochenta ese porcentaje se
incrementó hasta casi el 40 %. Por otra parte, la expansión urbana pasó de 6
308 hectáreas en 1970, a 13 522 hectáreas en 1980. Es decir, la superficie
urbana incrementó más del doble, aproximadamente en 10 años (Inegi, 2010)
(tabla 2).
Tabla
2. Crecimiento de la población en la ciudad de Mérida y de su superficie urbana
En esos años, el amplio crecimiento urbano coincidió
con la incorporación de áreas de “reserva territorial urbana”, lo cual sentó el
precedente en el Estado, sobre el modelo de expropiación de ejidos de
poblaciones cercanas para incrementar la ciudad y favorecer al sector
inmobiliario. Es decir, el Estado expropiaba con fines de reserva para
transferir esas tierras al sector inmobiliario con su consecuente urbanización
(Rivero, 2003). Ese fue, por ejemplo, el caso del pueblo de Caucel, en cuyo
perímetro incluía dos antiguas haciendas —Tixcacal
y Opichen— ubicadas al poniente cercano de la capital, y en esos años
ochenta se expropiaron para ser incorporadas a la ciudad mediante el sector
inmobiliario urbano (figura 5).
Figura 5. El pueblo de Tixcacal fue expropiado en los años
ochenta para ser incorporado a la ciudad. Actualmente ya se observa la
construcción de desarrollos inmobiliarios en los límites del poblado y en el
interior de su territorio ejidal. Fuente: Google Earth
el 23 de diciembre de 1987, se expropió al ejido
"CAUCEL", Núcleo Tixcacal y Opichén, Municipio de Mérida, Estado de
Yucatán, una superficie de 347-71-51.10 Has., a favor de la Secretaría de
Desarrollo Urbano y Ecología, para
destinarse a la constitución de una reserva territorial patrimonial para la
conservación y el futuro crecimiento de la Ciudad de Mérida. (Decreto primero, 2009, p. 1)
…Se expropia por causa de utilidad pública una superficie de
610-79-86 Has…de terrenos del ejido "CAUCEL", Municipio de Mérida del
Estado de Yucatán, a favor del Gobierno del Estado de Yucatán, para destinarlos a la ampliación de la
reserva territorial, desarrollo urbano y la construcción de vivienda y
equipamiento. (Decreto primero, 2009, p. 2)
Como podemos inferir de la información
arriba citada del Inegi, en el año 2000, la ciudad aumentó en un 80 %
aproximadamente con 17 280 has., a lo cual contribuyó el mecanismo de
expropiaciones y el último cambio a la Reforma Agraria ya señalado, que
definitivamente permitió la privatización de la tierra ejidal. La reserva fue
ocupada y desbordada entre los últimos años del siglo XX y los primeros del
XXI, de manera que hoy se observa en la cartografía una ciudad desagregada y
discontinua.
Los conjuntos
históricos y sectores metropolizados de Mérida
El territorio rururbano donde se ubican los conjuntos
históricos analizados y la población que los habita, están siendo amenazados
por lo que la Unesco en 2011 declaró acerca de los efectos que produce la
urbanización rápida e incontrolada:
Suele acarrear fragmentación social y también espacial, así como un grave
deterioro de la calidad del medio urbano y las zonas rurales circundantes, lo
cual puede ser ocasionado por la excesiva densidad de construcción, el carácter
uniforme y monótono de los edificios, la pérdida de espacios y servicios
públicos, la inadecuación de las infraestructuras, las lacras de la pobreza, el
aislamiento social y al aumento de los riesgos de desastre asociados al cambio
climático. (Unesco,
2011 párr.17).
Por otra parte, ocurrió el acto
metropolizador de áreas rurales concretado en México a partir del año 2005,
cuando se delimitaron y reconocieron (Sedesol, Conapo, Inegi, 2007) 56 zonas
metropolitanas en el país, entre ellas la ZM de Mérida con cinco municipios
constituidos de localidades rurales.
El estudio de los once casos dentro de
esa zona que hemos desarrollado, da cuenta de cómo a partir de ese momento la
condición de esos conjuntos históricos declarados sectores urbanos
metropolitanos por la vía administrativa junto con la liberación de suelo
ejidal para la privatización, aceleraron las acciones urbanizadoras y
agudizaron la condición rururbana en ese contexto, tanto en términos de su
territorio, de su espacio interno, como de su preservación, de lo cual
presentamos algunas conclusiones del estudio:
En
primer término, el territorio que hoy configura este conjunto de lugares ha
quedado estructurado fragmentariamente. Al interior de cada antigua población
podemos observar —mediante un análisis diacrónico territorial— el
desdibujamiento gradual de la relativa homogeneidad que guardaba el espacio de
esos asentamientos. De manera que esos conjuntos —entre los años 2000 y 2015—
han estado transformándose al compás de la expansión urbana y sus impactos se
reportan en indicadores como el cambio de tipo de suelo, de ejidal a urbano; de
tenencia de la tierra, de propiedad colectiva a propiedad privada; y de uso de
suelo, de habitacional y agrícola a urbano habitacional, de servicios o
industrial.
En
segundo término, el espacio habitable al interior de esos conjuntos presenta
condiciones de inclusión cada vez mayor de nuevos y distintos modelos
habitacionales y de servicios urbanos, y por otra parte, excluyendo cada vez
más los tipos antiguos de habitabilidad rural. Un caso ubicado en el extremo de
la exclusión es el de la antigua hacienda San Antonio Hool, (figura 6) cuyo
territorio ejidal está prácticamente “invadido” en su totalidad por el
desarrollo inmobiliario de tipo urbano.
Figura 6. Tipo de habitación tradicional para los
trabajadores de la antigua hacienda San Antonio Hool. Fotografía: del autor
Julio Pat Canul
En el
intermedio de este proceso surge la simultaneidad y la yuxtaposición en el
espacio de formas de habitar rurales y urbanas, donde las primeras pueden tener
el carácter de espontáneas e informales y las segundas inducidas o formales, no
por ello apropiadas soluciones en el contexto específico.
Las
tensiones al interior podemos observarlas en el espacio, en la no consideración
del otro, cuando se llega a un lugar preexistente y se modifican patrones del
asentamiento como son el tipo de la lotificación, del “amanzanamiento”, del
emplazamiento y el desplazamiento de la habitación, las nuevas delimitaciones,
los servicios, así como también de la modificación de la imagen visual del
conjunto.
Respecto
a la ciudad, las tensiones ocasionadas son sobre todo de tipo funcional: la
fragmentación y dispersión de estos espacios rururbanos que, aún en la lejanía,
exigen más de una urbe que no alcanza a dotar todos los servicios necesarios.
Es el caso de las comunicaciones a que obligan estos nuevos crecimientos, para
lo cual se implementan vías, en ocasiones de manera espontánea, que presionan
más aún las áreas urbanas que quedan entreveradas. Y, por otra parte, esas
nuevas urbanizaciones localizadas en las cercanías contrastan su realidad
deficiente en materia de transporte público y medios de comunicación en
general, es el caso del conjunto habitacional “Las Américas”, donde algunos de
los pobladores prefieren emigrar a la propia ciudad, no obstante, la escaza
distancia con la ciudad capital.
En
tercer y último término, considerando la condición histórica de los conjuntos
estudiados, es relevante la revisión de su preservación y el cambio cultural
que ahí ocurre. El análisis realizado ha arrojado la existencia de
desigualdades en los niveles de transformación en las distintas zonas que
circundan la ciudad. En las extensiones urbanas del oriente, norte y poniente
de Mérida, se identificaron con mayor intensidad cambios que avanzan negativamente
en materia de preservación, como contraparte de la mayor presencia de áreas
habitacionales tipo “residencial-privadas”, es decir, modelos de urbanización y
arquitectura citadinos; mientras que en la zona sur de dicha ciudad de Mérida,
los conjuntos históricos analizados mantienen casi la totalidad de su extensión
territorial y muy escasa presencia de acciones de urbanización.
Los
deterioros más frecuentes son la desaparición y en repetidas ocasiones el
reemplazo de:
·
vivienda histórica por vivienda de prototipo urbano
·
edificios de equipamiento antiguos por nuevos
·
espacios para la recreación y actividades lúdicas
·
áreas verdes predominantes sobre la densidad constructiva
·
elementos edificados o naturales históricos del espacio colectivo, sobre
todo para apertura o ampliación de vías
·
visuales y perspectivas del paisaje rural a favor de una imagen urbana
Población, cultura y percepción del habitante original
La
cultura de los habitantes originarios de los conjuntos históricos, como es de
esperarse, también se modifica y esto, según planteamos en este trabajo, está
relacionado con la percepción que en distintos grados tiene la población
respecto al crecimiento urbano y los impactos que está generando dentro y en la
periferia de esos conjuntos.
Para
conocer esta situación se realizaron encuestas y entrevistas a la población,
para identificar en términos cualitativos aspectos como el arraigo al lugar a
través de la memoria e historia de las obras edificadas; el sentido de
pertenencia e identidad a la comunidad; el grado de influencia de la cultura
urbana en su nivel territorial, urbano y arquitectónico.
Del
primer aspecto se identificó que existe una memoria y una historia clara entre
los pobladores sobre los elementos arquitectónicos representativos en los conjuntos
históricos donde habitan, como son el núcleo de edificios principales tanto de
las haciendas (casa principal, casa de máquinas, caballerizas, bodegas, etc.)
como de los antiguos pueblos de indios (las iglesias, casas ejidales y escuelas
que forman parte). Más aún, el arraigo se consolida con el interés manifiesto
de esos pobladores por conservar aquellos elementos físico-espaciales que,
consideran, definen el lugar que habitan.
En cuanto al sentido de pertenencia e identidad,
segundo aspecto indagado, se identificó que existe el deseo de permanecer
viviendo en los conjuntos históricos, pues las personas consideran que el modo de vida en sus conjuntos
supera por mucho al de la ciudad. Entre las principales razones que los
habitantes expusieron para permanecer están una “mayor tranquilidad”, el “que
no haya contaminación”, “la ausencia de tráfico intenso”, “la seguridad”, todos
ellos rasgos asociados a un modo de habitar histórico que les es propio y por
tanto coincide con los motivos expuestos por los pobladores.
Respecto a la percepción entre los pobladores del
grado de influencia que la cultura urbana tiene sobre estos conjuntos
históricos a nivel territorial, urbano y arquitectónico, se observó lo
siguiente:
▪
En la escala territorial, los pobladores no perciben a la ciudad y sus
otros puntos de contacto. No obstante, en este estudio se observó que los
conjuntos históricos ubicados al oriente, norte y poniente de la ciudad de
Mérida tienen mayores pérdidas de su territorio que el sur, y por tanto se ha
transformado más en dos sentidos: alta presencia de nuevos usos de suelo —como
el urbano— y la reconfiguración de los límites de dichos conjuntos.
▪
A nivel urbano, las transformaciones introducidas a través de
crecimientos habitacionales de tipo citadino, desde la percepción de los
pobladores no representan una amenaza para sus asentamientos, no creen que ello
transforme de manera importante los conjuntos históricos. Sin embargo,
consideran que las mejoras al lugar se introducen únicamente en los nuevos
fraccionamientos habitacionales de tipo urbano. A pesar de esas opiniones, este
estudio identificó que ya existen transformaciones radicales en asentamientos
como las antiguas haciendas Temozón Norte y San Antonio Hool, en donde los
procesos urbanizadores no ofrecen mejoras a los pobladores originales.
▪
En el nivel arquitectónico, los pobladores de los conjuntos históricos
perciben sus viviendas como elementos de valor, pues a pesar de algunas
carencias y desigualdad al compararse con las viviendas de los fraccionamientos
o crecimientos habitacionales urbanos que han sido introducidos, están
convencidos de que los atributos positivos de sus viviendas son mayores y por
ello les representa un alto valor.
En síntesis, la población originaria de los conjuntos
históricos, por una parte conserva la memoria e historia, así como el sentido
de pertenencia y arraigo a sus espacios habitables, pero, por otra parte, no
percibe los niveles de transformación al que está ya expuesta y en pleno
proceso de transformación.
Discusión
En las aproximaciones a una definición,
el concepto ha sido sujeto a muchas críticas y sus mejores aportaciones tienen
que ver con la caracterización de esos ámbitos. En este trabajo las últimas se
asumieron cuando tuvieron que ver con la configuración del espacio habitable,
concepto desarrollado en disciplinas como la arquitectura que enfocan el
proceso de habitar desde la doble relación entre la ocupación del espacio
concreto, es decir, el criterio de las estructuras físicas, ambientales y los
procesos humanos de habitar, fundamentalmente los modos de vida (Salazar,
2011). Por ello, estos fueron los énfasis en este trabajo.
Así, para Bauer y Roux, un área rural
se considera rururbana cuando cumple dos condiciones o requisitos:
1. Es próxima
a centros urbanos y recibe el aporte de una población nueva de origen
principalmente urbano, lo cual se traduce en: a) saldo migratorio positivo; b)
proporción decreciente de agricultores y artesanos rurales; c) fuerte
transformación del mercado inmobiliario.
2.
Subsistencia de un espacio no urbanizado dominante.
La
construcción de vías de comunicación y los medios de transporte ofrecen
condiciones y posibilidades mayores para vincular y transformar localidades
rurales con las urbes, en este sentido, en palabras de Bauer y Dezert,
rururbanización es la forma de urbanización más representativa de la era del
automóvil. (Bauer y Roux, 1976).
Para ser
explicada la transformación en estos procesos, se parte de caracterizar lo
rural y lo urbano, que a su vez implica, según distintos enfoques
disciplinares, criterios muy diferentes que van de lo exclusivamente
demográfico (cantidad, dispersión), pasando por la actividad
económica-productiva (agrícola, industrial, servicios, etc.), los usos de suelo
(habitacional, comercial, etc.), normativas (áreas metropolitana, de reserva),
físico (densidad de ocupación, uso de suelo, tipo de suelo) y la cultura
(urbana o rural) (Capel, 1975).
Por otra
parte, Rosselló Verger (1990) considera el término rururbanización como “propio
de los espacios próximos a las grandes ciudades y áreas metropolitanas, y que
consiste en la apropiación del campo por la ciudad”, y aclara que destacan dos
enfoques para observar el fenómeno:
1. En lo
económico estas áreas se caracterizan por la aparición y desarrollo de la
agricultura a tiempo parcial como estrategia de supervivencia de la explotación
tradicional frente a la competencia de usos de la ciudad; o bien, se desarrolla
una agricultura altamente tecnificada, industrializada y competitiva; saldos
migratorios positivos; aparición de fenómenos de movilidad diaria, es decir,
desplazamientos residencia/lugar de trabajo.
2. Desde el
punto de vista espacial, las dos manifestaciones más evidentes de la
colonización urbana de las áreas periurbanas que son fruto de los cambios de
uso del suelo, consecuencia de la implosión de funciones urbanas, son: por una
parte, la implantación industrial por relocalización de establecimientos y
polígonos industriales próximos a los grandes ejes de comunicación; por otra,
la implantación residencial, es decir, la ocupación del espacio rural por
residencias permanentes de población urbana, que diariamente se desplaza a su
lugar de trabajo en la ciudad, y también por residencias temporales, que
aparecen para satisfacer una demanda de ocio. (Jaume Sebastián, 2000)
El análisis de la situación de espacio
relegado y en extinción al que son inducidos los lugares históricos rurales,
pocas veces es objetivo en los estudios de los procesos urbanos o
metropolitanos, siendo que es muy relevante su condición de espacios habitables
con población residente de largo plazo. Observar desde adentro de lo rural el
fenómeno, obliga a colocar la mirada en un segmento del conocimiento poco
avizorado en las investigaciones que privilegian la lógica urbana, por tanto, a
esa caracterización descrita sumamos que se trata de conjuntos históricos,
concepto que incorpora la dimensión cultural de manera determinante
Conclusiones
La complejidad resultante apenas se
ha esbozado en este trabajo, sin embargo, hemos procurado dejar cierta
evidencia de una realidad altamente contrastante inserta en un proceso de
escala global que consiste en la tendencia a la total urbanización del ámbito
rural. En general, tanto gobernantes como sus planificadores consideran esto
una solución al —empobrecido y carente de servicios— ámbito rural, y sostienen
la premisa de que la urbanización dotará de servicios a los pobladores rurales
y los incorporará al desarrollo y la modernización. En México, al menos, es
como han justificado la entrega de tierras a sectores del sector inmobiliario,
de lo cual hemos dado cuenta de solo algunas consecuencias.
Por otra parte, los actos
administrativos metropolizadores también se justifican como la alternativa para
un buen ordenamiento territorial. Sin embargo, en la última década del siglo XX
ha surgido el concepto de agrópolis, que rechaza el enfoque fatalista cuya
premisa consiste en que todo nos conduce a la urbanización y plantea un modelo
de habitabilidad donde la heterotopía no desaparece, pero sí los componentes,
los lugares donde la actualización de los modos de vida no ocurren a costa de
la actividad agrícola, del contacto con la naturaleza y de la conservación
tanto ambiental como de los contextos históricos, y donde la homogeneidad del
espacio no es el objetivo.
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[1] En su acepción original, “ejido” era el nombre de uno o varios tipos de tierra
y de propiedad que integraban el patrimonio de los pueblos de Castilla durante
el régimen colonial. Por lo general, eran bosques, dehesas o agostaderos en las
afueras de los pueblos (proviene del latín exitus)
cuyo uso era colectivo.