DEFINIR Y RECREAR LA IDENTIDAD NACIONAL: LOS COLOMBIANOS EN EL EXTERIOR

 

Fabián Felipe Villota-Galeano1

1. Antropólogo. Magister en Antropología de la Universidad de Antioquia. Estudiante de doctorado en Anthropologie Sociale et Ethnologie en l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS) en Paris, Francia. Docente adscrito al Departamento de Humanidades de la Universidad Católica de Pereira, Colombia. subfabian@gmail.com.

Tipología: Artículo de Investigación Científica y Tecnológica.
Fecha de Recepción: 19/06/2015
Fecha de Aceptación: 02/10/2015


Como citar este artículo: Villota Galeano, F. (2015). Definir y recrear la identidad nacional: los colombianos en el exterior. Jangwa Pana, 14, 17 - 33


RESUMEN

A partir de la discusión acerca de lo que implica la identidad nacional y el nacionalismo, y de la presentación de algunas de las trayectorias en torno al concepto de identidad, este artículo pretende interpelar esas concepciones, a través de la indagación de una experiencia transnacional: la migración; para observar ahí, a través de las narraciones de los migrantes colombianos, cómo efectivamente se recrea y define la identidad nacional por fuera del territorio nacional.

Palabras Clave: identidad; identidad nacional; nacionalismo; estado-nación; migración.

 

DEFINING AND RECREATING THE NATIONAL IDENTITY: COLOMBIANS ABROAD

ABSTRACT

From discussing the implications of national identity and nationalism and presenting some of the trajectories around the concept of identity, this paper challenges these conceptions, through inquiry in a transnational experience: the migration. Through the narratives of Colombian migrants, it examines how national identity is recreated and define doutside the national territory.

Keywords: identity; national identity; nationalism; nation-state; migration.



INTRODUCCIÓN

Vínculos emocionales: identidad nacional y nacionalismo

Para Baumann (2001) mucha de la fuerza del estado-nación radica en que es una díada impactante y poderosa que combina la frialdad del estado: centralizado, burocrático, territorial, que monopoliza la fuerza coercitiva, el territorio, etc. y la nación, un concepto alentador y calurosamente emocional que alude también al grupo de personas que se supone legitima ese estado, se somete a sus reglas, es corresponsable, guarda lealtad y siente que pertenece a él porque es en esa relación donde se produce la identificación como nacionales. Así, el estado-nación es una amalgama entre los recursos de un aparato burocrático y la comunidad que surge de la relación con este y a su vez lo hace posible. La identidad nacional es el vínculo.

En ese sentido, Smith (1997) afirma que la identidad nacional resulta así la más importante forma de identidad colectiva, la que más fuertes y mejores lazos emotivos establece entre quienes la comparten. Debido, entre otras cosas, al amplio rango de diferencias que puede albergar (piénsese en los estados multiétnicos) en torno a elementos como un territorio, recuerdos históricos, mitos colectivos, una cultura de masas, derechos, deberes legales para todos los miembros y una economía unificada. Por ello la identidad nacional se “supone un medio eficaz de definir y ubicar la personalidad de los individuos en el mundo a través del prisma de la personalidad colectiva y de la cultura que lo caracteriza” (Smith, 1997, p.15). Deviene así en uno de los insumos a través del cual el individuo define quién es: un colombiano, un argentino, un canadiense, etc.

¿De dónde viene esa relación que vincula de manera profundamente emocional a las personas con el estado-nación, con su país, y que constituye una de las primeras formas de identificación colectiva?

Para Anderson (1993), dos cosas jugaron un papel importante: la imprenta, porque hizo posible que los insumos producidos por ésta permitieran una suerte de comunión que deviniese imaginariamente en que otro hace lo mismo, estableciendo un halo ‘mágico’ entre quienes leen los mismos impresos y en el mismo idioma. Y la expansión del capitalismo que permitió integrar diversas zonas a través de la monetarización y el comercio.

Gellner (1993) consideraba que el nacionalismo debía su origen al paso de un tipo de sociedad agrícola, en la que no había una coherencia entre el estado y la cultura, a una sociedad industrial. Esa sociedad necesitaba cierto tipo de homogeneidad cultural, y para esto se requería un lenguaje unificado y un sistema único de educación que garantizara la movilidad social y laboral en que se basa. La identidad nacional surgía cuando las sociedades agrarias o preindustriales empezaran a ser industrializadas, donde la cultura era un dispositivo de “persistentes unidades políticas”. Sin embargo, Anderson (1993) aseguraba que para la formación de las naciones americanas no podían usarse los dos factores que derivan de los nacionalismos europeos: la lengua y la ascendencia común, ya que éstas eran compartidas por lo que los americanos consideraban opresores, de manera que la integración de las Américas en naciones se explicaba por “el hecho notable de que cada una de las nuevas repúblicas sudamericanas había sido una unidad administrativa desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII”, y menos aún debido a que su desarrollo económico no ha consistido en la aparición de sociedades industriales a la manera y estilo europeo.

Todo esto invita a revisar las condiciones de surgimiento del sentimiento de apego a la nación: el nacionalismo y la identidad; observar los procesos que les dan origen y garantizan su incorporación y permanencia en la sociedad nacional, como el reconocimiento colectivo de ciertos atributos que permiten considerar (ficticia o realmente) que los miembros de la comunidad política son de la misma “especie”. La importancia del estado en la aparición de la identidad nacional: ya como el encargado de lograr la integración de la comunidad impulsada por los procesos de decadencia de las otras autoridades y por la expansión del capital; o ya como el que “facilita” la producción y el control de los referentes identitarios. El estado se adjudica la posibilidad de validar como nacionales ciertos símbolos: los himnos, las banderas, etc., la idea de que ciertos campos de producción cultural permiten la posibilidad de “situar” en torno a ellos a la comunidad política en la que se encuentran, esto hace posible el vínculo, la solidaridad y el reconocimiento entre ellos como “parte de…”, y por supuesto como similares. Este es el caso de los diarios, y los medios de comunicación.

Quedan por enunciar símbolos en torno a los cuales se consolida la imagen de homogeneidad de la comunidad política: la música, lugares, nominaciones, entre otros, que surgen de la entraña misma de la comunidad y que se mantienen actualizados en sus celebraciones. Por supuesto lo único que se escucha en una fiesta nacional no es el himno del país. Hay otras músicas que se asumen como nacionales, lo mismo que otros artefactos; además de las banderas y los escudos: como una canción popular, o como el uso de una prenda que devienen representativos de la nación.

Finalmente hay que decir que todo esto sucede en el marco territorial del estado. De hecho esta es una característica fundamental, porque es ahí donde es posible siempre volver a poner en escena los recursos que permiten que las gentes que viven y trabajan ahí, recuerden y evoquen su pertenencia, su lealtad y su amor por la nación que les da lugar: nombrar las calles, los parques, los días conmemorativos ayudan en ese propósito. Esto quiere decir que en el marco del estadonación, dentro de sus fronteras, hay una cierta garantía en la forma en que fluye la identidad nacional, de tantas formas y a través de tantos recursos que crea un efecto de naturalización de la misma. La identidad se alimenta así de una rutina que permite a las personas avocadas a ella experimentar una naturalidad que sólo ésta posibilita. Y para que no pase al olvido pues siempre está ahí formalizándose en nominaciones de las calles, conmemoraciones, etc. El estado está ahí, para recordarlo y actualizarlo sistemáticamente, regularmente… Rutinariamente. En un ciclo que parece siempre hacer recordar “quiénes somos”.

¿Pueden sostenerse estas ideas en los tiempos actuales? ¿Puede sostenerse la idea de la identidad nacional como la forma de identificación más importante y generalizada en tiempos en que hay yuxtaposición de territorios, identidades, y nacionalidades? O ¿Puede hablarse de una suerte de identidad transnacional?

Varias de las críticas a las naciones y nacionalismos pasan por las nuevas formas de distribución del trabajo que han engendrado otras maneras de integración que van más allá del estado-nación (Reich, 1991). En otro lugar he descrito de manera sintética este tipo de discusiones (Villota, 2011). Pese a esto y al anunciado pannacionalismo europeo, el cosmopolitismo y el surgimiento de grandes áreas culturales, Smith (1997) sugiere como lejano el día en que la identidad nacional y el nacionalismo sean superados; no ve impedimento alguno en que las personas se identifiquen simultáneamente con Francia y Nigeria, por ejemplo, o con otras naciones simultáneamente; según él, eso era lo de esperar de un “mundo de vínculos e identidades múltiples”.

Entonces, se puede volver a preguntar: ¿Qué es la identidad nacional? ¿Una serie de atributos asignados a los sujetos que hacen parte de la comunidad circunscrita en el estado-nación? ¿El resultado de la producción simbólica elaborada por el estado para ganar la lealtad de sus ciudadanos? ¿Las ideas que tienen los ciudadanos de un estado acerca de lo que los caracteriza a sí mismos? ¿Los hechos históricos en torno a los cuales se articula la gente y terminan sirviendo como dispositivos que permiten a los ciudadanos considerarse cercanos? O ¿los campos culturales que permiten sintetizar en ellos muchos de los atributos que los ciudadanos de una nación consideran como suyos?, etc.

En otras palabras, lo que está en juego, es el concepto mismo de identidad. Así, en general; porque bien podrían aplicarse los mismos principios: la identidad es un proceso histórico, unos atributos que lo caracterizan, los elementos que le permiten leerse como “parte de” y “articulado a” o unas ideas que hacen posible su adscripción a un lugar y a un tiempo que siente como suyos.

MATERIALES Y MÉTODOS

Por la condición fluctuante de la experiencia migratoria (esa experiencia que aparentemente permite vivir dos presentes simultáneos: aquí y allá), un ejercicio como este conduce a repensar las nociones que se tienen de lugar y campo (Gille & Riain, 2002), porque no hay una correspondencia entre uno y otro. En este caso, se trataba de rastrear trayectorias, flujos, etc. que se interconectan para producir un sentido del campo, características que, entre otras, definen una etnografía multilocal. Así, siguiendo a Marcus (2001) era necesario incorporar la investigación a una escala mucho más amplia que las localidades y el marco nacional, ya que los contextos transnacionales rebasan estas fronteras y se articulan mejor a lo que suele denominarse sistema mundo. Así como se construyen los mundos de vida de sujeto situados, se construyen etnográficamente aspectos del sistema mismo, a través de conexiones y asociaciones sugeridas, incluso localmente. De manera que la mejor forma de experimentar eso, era a través de esos sistemas virtuales de internet. Muchos de los migrantes colombianos se sirven de estos sistemas para mantener contacto con el país. El punto era cómo entrar en contacto con ellos. Me serví de muchas personas que cotidianamente me habían enterado que parientes suyos vivían en alguno de los países que se habían elegido para adelantar este trabajo (Estados Unidos, España y Canadá). Así se dieron los primeros contactos. Posteriormente, me serví de las redes sociales de colombianos en el exterior (de la época conexióncolombia, redescolombia, etc.).

A través de entrevista a profundidad realizadas a través de sistemas virtuales por Skype, y que luego fueron retomadas al regreso de los narradores en Colombia, se reconstruyeron las trayectorias que implica la migración. En un ejercicio de etnografía a través de las historias de vida que buscaba enlazar la migración y el apego a la nación con la experiencia personal de los migrantes.

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

El debate de la Identidad

Cuando se habla de identidad, hay una oposición común entre esencialismo y construccionismo. Para el primero las identidades son ahistóricas e inmutables. En oposición a éste, el construccionismo defiende la idea de que las identidades nunca son fijas, que siempre están en constante transformación.

Para Brubaker & Cooper (2001) la facilidad con la que los llamados constructivistas se han apartado del esencialismo resulta también una afrenta a la concepción misma de la identidad, ya que esta supone unas líneas “duras” que al hacer caso omiso o prescindir de ellas, terminan por relativizar el concepto de manera que cualquier cosa terminaría por constituirlo.

Las posturas duras suponen:

(…) que la identidad es algo que todas las personas tienen, o deberían tener, o están buscando, identidad es algo que todos los grupos (por lo menos grupos de cierto tipo, por ejemplo: étnico, raciales, o nacionales tiene o deberían tener, es algo que las personas (o grupos) pueden tener sin ser conscientes de ello. (…) Nociones fuertes de identidad colectiva implican nociones fuertes de límite y homogeneidad grupales. Ellos implican un alto grado de grupalidad, una “identidad” o igualdad entre los miembros del grupo, una marcada distinción de los no miembros, un claro límite entre adentro y afuera (…) (Brubaker & Cooper, 2001, p.39).

A esta concepción se oponen las concepciones construccionistas que según Brubaker & Cooper (2001) “rompen conscientemente con el significado cotidiano del término [identidad] (…), los conceptos suaves de identidad suelen estar envueltos con calificativos estándar, indicando que la identidad es múltiple, inestable, en movimiento, contingente, fragmentada, construida, negociada” (p.32).

Hay un supuesto permanente en torno a la identidad: la posibilidad de distinguir una persona o grupo de otra/o; mediante algunas características que comparten unos y otros no. Esos atributos suelen ser permanentes para que puedan ser constitutivos de la identidad, y a su vez permitan hablar de un sujeto o de un grupo. El problema de estos supuestos es que llevados a contextos específicos difícilmente pueden sostenerse. El contexto obliga a que cualquier principio que permita la distinción y diferenciación se modifique, de lo contrario pueden convertirse en insumo para justificar la desigualdad, la hegemonía y el colonialismo. Por eso, las versiones “blandas” suponen que las identidades son construidas, flexibles, contingentes y que, por tanto, pueden ser según Restrepo (2007) “procesuales, están históricamente situadas pero no son ‘libremente’ flotantes, o las identidades son discursivamente constituidas, pero no son sólo discurso” (p. 25). O al decir de Hall (citado por Restrepo, 2007) que la identidad refiere “al provisional, contingente e inestable punto de sutura entre las subjetivaciones y las posiciones de sujeto”.

La crítica radica en que mientras proliferan las versiones constructivistas de la identidad, el concepto pierde valor analítico, y el término, para Brubaker & Cooper (2001) “es demasiado ambiguo, demasiado dividido entre significados ‘duros’ y ‘débiles’, connotaciones esencialistas y calificativos constructivistas, para servir bien a las demandas de análisis social” (p.31).

Agier (2013) ha denominado a esto “la trampa de la identidad” y que se caracteriza por tres errores: 1. creer que las identidades de los otro pueden ser definidas y fijadas de una vez por todas de manera absoluta; 2. suponer que hay una sumisión pasiva de los individuos a las identidades colectivas creadas por un lenguaje racial (“negros”), étnico (“roms”) o religioso (“musulmanes”); y 3. consiste en una miopía que impide ver que los tiempos, los lugares y los contextos han cambiado.

Aunque hay posturas intermedias, como las planteadas por Bourdieu (1990) a través de conceptos de habitus o sentido práctico que permiten pensar la identidad como constituida esencial, procesual y contingentemente. Hay que recordar que Bourdieu (1996, 1990) plantea la posición del individuo como relevante para la forma en cómo se presenta. El habitus que tiene algo de esencial y estructural, a su vez es flexible, su característica es estratégica; en tanto que el sentido práctico supone una suerte de adaptación que permita “ganar la posición” en el juego social o político. En el caso de la identidad nacional ésta puede ser el resultado de procesos históricos que se sedimentan en la memoria de los ciudadanos que pertenecen a la nación, y que permiten su relación y distinción con otros (es decir una versión ‘blanda’). Pero puede consistir en unos atributos permanentes que la conforman (una versión ‘dura’ de la identidad). Ahora bien, a todo esto, hay que agregar que las nociones de identidad nacional pueden encontrar sustento en el estado nación, como productor y garante, como resultado o campo delimitado dentro del cual todos esos atributos dotan de sentido a la comunidad como UNA comunidad política.

Aquí se abordará una población que no comparte el territorio del estado nación y en el que no es garante de la producción y circulación de los atributos, excluyendo o incluyendo a quienes son considerados parte o no de la comunidad política. Se trata de interpelar las ideas que se han abordado hasta aquí a través de las experiencias de los migrantes colombianos.

¿Migración e identidad: qué y cómo es ser colombiano en el exterior?

¿Qué significa migrar si no, entre muchas otras cosas, experimentar el desarraigo y la separación? Y aunque en muchas ocasiones la decisión de lanzarse a esa experiencia es producto de un cálculo racional que sopesa la condición aquí y la condición allá, siempre consiste en una suerte de abandono, de huida, de búsqueda de otras condiciones:

Es que como quiera que sea uno acá está lejos, y de eso uno se da cuenta cuando esta acá, ¿me entiende? Porque es que nada es parecido: la gente habla distinto, las calles son distintas, la comida es distinta, lo que haces todos los días es distinto. Y aunque al principio eso a mí me parecía chévere, pues después uno siente que le hace falta lo de uno, ¿ve? Y eso que yo vine porque quise… O sea quería probar, pero siempre me da como nostalgia… Ahora, imagínese la gente que viene porque le toca, porque no hay trabajo en Colombia... O así. (Entrevista No. 5. Carolina. España)

E incluso pese a una aparente familiaridad con los rasgos del lugar de llegada:

Llegar a estos países es muy duro. Por ejemplo, yo pensaba que con el idioma la iba a tener fácil. Pero por más que sea español, las cosas no significan lo mismo, los tonos que ponen en las frases, cada cosa era distinta,
lo más horrible es creer que hablas el mismo idioma y resulta que lo que estás diciendo significa otra cosa. Por ejemplo, los madrileños hablan muy fuerte, como si te estuvieran regañando y luego entiendes que no, que es que así hablan… Entonces es duro. (Entrevista No. 5. Carolina. España).

Algunos atributos resultan familiares y por ello facilitar al migrante alguna coherencia con el contexto al que llega, evitando poner en crisis las representaciones que los colombianos tienen de sí mismos. Dicha experiencia es relativa, sobre todo, porque uno de los asuntos que se expondrá aquí es que en los contextos transnacionales se exacerba la percepción de las imágenes que tienen los nacionales de sí mismos dadas las innumerables cosas a las que se enfrenta y de las cuales no obtiene familiaridad. Así que, si hay algo con qué establecer alguna familiaridad, facilitaría la disposición y competencia en esos escenarios.

Que existan puntos de similitud hace más proclive la distinción, básicamente porque los migrantes portan rasgos distintivos que hacen que cualquier similitud pase primero por esa condición distintiva, diferencial.

Así, si la migración es el desarraigo, la identidad nacional es el apego, el recurso por la que siempre “se es de un lugar”, el recurso por el cual siempre se tiene un lugar del que se parte y al que se regresa, y con relación al que se contrastan todos los demás a los cuales es posible llegar:

Pues por más que uno quiera, uno nunca va a ser de acá [Estados Unidos]. Y eso que yo vine cuando ya estaban mis familiares acá, que tienen ciudadanía y todo. Aunque la cosa va mermando, siempre le recuerdan que uno no es de acá. Uno es latino, así en general, porque para la gente de acá todo el que hable español es latino; o colombiano pues cuando ya la gente sabe más o menos quien es uno… Pero así gringo-gringo... Nunca… Cómo no le va a hacer falta a uno entonces la tierrita, ¿ah? Ya después de un tiempo uno se siente como que está muy solo, porque por más que uno se adapte hay cosas que la gente de acá nunca va a entender, y eso que cuando llegué me las daba de muy cosmopolita, así y todo me hace falta encontrarme con gente que entiende cosas que sólo los colombianos sabemos, que el vallenato, que la bandeja paisa, que el chontaduro… ¿Ves?… Cosas así... Entonces sí, uno constantemente se da cuenta que no es de acá, así también se da cuenta de dónde es uno. Hasta inconscientemente: yo tenía una amiga que decía que no iba a hacer lo de todos los colombianos, que se buscan y andan sólo con colombianos, y pues ella sí lo hizo: sus amigos eran de todas partes del mundo, pero ¡pum! se consiguió un novio colombiano, y bien paisa… Jaja, y así entre unas y otras pues a uno le recuerdan que no es de acá, pero uno se encarga de acordarse de dónde es. (Entrevista No.7. Paola. Estados Unidos)

Entonces, la experiencia migratoria dispone a las personas en una confrontación constante no sólo entre el lugar de partida y el lugar de llegada, sino entre y con las múltiples variaciones a las que se ven abocadas en ese campo transnacional, es decir, otras personas de otras nacionalidades, otros símbolos, nuevos lenguajes y cotidianidades, etc. Pero es justamente esa confrontación la que les permite reconocer muchas de las cosas que los constituyen como colombianos; gracias precisa y paradójicamente a la distancia y a la ausencia.

Aquí se evidenciará cómo se define y recrea la identidad nacional de los migrantes colombianos. Es decir, se trata de describir cómo se mantienen, construyen y actualizan los lazos que los unen a la nación, a Colombia. Cómo los migrantes colombianos renuevan el sentimiento y los afectos de pertenencia con Colombia. En otras palabras, de qué se trata ser colombiano en el exterior.

Para ello se tomarán como referencia los asuntos de los que se ha hablado hasta aquí y a los que se encuentra ligada la identidad nacional: 1. El territorio, en el que según Smith (1997) se da la vida de las personas que conforman la nación, poniéndolas en relación y posibilitando los lazos para reconocerse como parte de la comunidad y, además, permanentemente les recuerda a los pobladores quiénes son, a través de la implementación de lugares marcados como sagrados, que resultan emblemáticos para la historia de quienes hacen parte de ese territorio; 2. los atributos psicológicos, basados en una aparente unidad cultural (en ocasiones étnica), que se funda en una idea ancestral de lo que son los colombianos. Se trata de pensar la identidad nacional como una suerte de ‘genio’ que caracteriza a los colombianos en cualquier lugar, y que sólo es posible rastrear a la manera de un linaje ancestral del cual se desciende, o como decían los narradores por “ser de ahí”; 3. los símbolos con los cuales se identifican los colombianos, en torno a los cuales se disponen los que se sienten parte de la nación colombiana (Bolívar, Arias & Vásquez, 2001), (Ferro, 2001) y que por ser de ahí los moviliza emocionalmente; dentro de estos también se abordarán los estereotipos con los que suele identificarse la identidad de los nacionales colombianos y la forma en que se disponen ante estos.

La identidad y el territorio

Según Smith (1997) en el territorio del estado nación se actualizan constantemente las referencias identitarias, en el sentido de estar ligados a una historia común, lo que permite recordar quién se es: mexicanos, franceses, ingleses, etc., nacionales colombianos en este caso; a través de lugares emblemáticos, a veces sagrados: las plazas públicas, el nombre de las calles, etc. Finalmente, esa sacralidad termina siendo habitual para las gentes en el estado-nación, es decir, esa constante recordación que producen esos sitios en las personas se asume como natural; como si fuera el estado de cosas normal y permanente.

Cuando yo llegué [a Madrid], pues lo primero que me hicieron conocer fueron las cosas bonitas, como si yo viniera de paseo; luego los lugares que debería tener presente, dónde iba a estudiar, qué ruta de metro debería tomar, la estación en la que debería bajarme, y así. Después de todo eso, lo primero que hice yo solita, fue ir a la estación Colombia, no me pregunte porqué, pero fui allá a ver… Como si me fuera a encontrar algo de Colombia… Qué sé yo, un puestico de dulces, un vendedor ambulante, una plaza con un Bolívar en la mitad, algo… (Entrevista No. 4. Natalia. España)

Qué sucede con la identidad de quienes, a través de esos recursos de actualización, que implica el territorio, reconocen quiénes son, así sea naturalizando esa identificación con el ser colombiano, naturalización que opera de manera tal que sólo los colombianos pueden reconocerse ahí, a través de lo emblemáticos que resultan esos lugares, y que para otros sólo serán lugares para visitar. Lugares que para los nacionales son habituales porque la historia que representan se entronca con la historia personal, como si fuera parte de esa historia primera; en otras palabras, ¿qué sucede cuando los lugares del nuevo destino no permiten actualizar ni evocar quiénes son, ni cuál es su historia compartida? porque, por supuesto, esos lugares resultan emblemáticos para una historia que no les pertenece a los migrantes, entonces no hay allí nada que recordar. No voy a hablar aquí de identidades desterritorializadas, y no lo hago porque aunque no haya una conexión temporal y espacial entre quien lo experimenta y el territorio, sí hay una conexión, de manera tal que el territorio-otro opera como una evocación,
en ausencia del cual el migrante es de alguna parte:

(…) y claro, ni plaza, ni tienda, ni Bolívar. Claro que de vez en cuando sí me encontraba una callecita parecida o algo así, y me daba una nostalgia. Pero nunca pues como las andadas por mí. Pero digamos que sí, algunas calles me recordaban calles de Manizales o así, pero nunca pues son iguales. Ahí si me hacían falta esas cosas. (Entrevista No. 4. Natalia. España)

Hay una vocación evocativa del territorio que permanece, ya no como un efecto naturalizado sino como refuerzo de la distancia y de la ausencia. Cuando un lugar o una calle se asemejan, suele además de evocar el recuerdo, reforzar la idea de la distancia y de las ausencias; permite así que el individuo reconstruya la relación entre esa evocación y sus propios lugares, su historia personal. Así, la función evocativa del territorio permanece, pero no deviene del territorio propio, sino del territorio-otro. Ese territorio-otro y ajeno, evoca en ausencia del primero, del que se es originario, por una asociación intima, convocada por el recuerdo de lo que el migrante siente como suyo y no por habituación. Es otra manera de decir que se recuerda sólo en la medida de la ausencia; y eso re-constituye el lazo de manera imaginada, y vincula de nuevo a la persona con el lugar de donde es. Y es justamente ahí, cuando en la relación con el territorio no se halla la correspondencia entre la memoria de las personas y los relatos que representan esos lugares, donde más álgida se vuelve la pertinencia al lugar de origen: si no hay coherencia, no resulta familiar; y al no resultar familiar, no se es de ahí, y por oposición se vuelve a evocar el lugar de origen, recomponiendo el lazo que permite la identificación. Es decir, cuando se accede a contextos donde se es otro, la experiencia es efectivamente esa: la de ser más otro. Y así el sujeto se percata de las muchas cosas que lo constituyen pero que cubiertas con el halito de la normalidad, la rutina y por el hecho de que más o menos todos lo comparten, pasa desapercibido; experiencia que no es la misma cuando los contextos son mayoritariamente ajenos.

Identidad y los atributos étnicos y psicológicos

Otro de los asuntos que permite a las personas reconocerse como parte de la nación, es el saberse descendientes de unos ancestros comunes (Smith, 1997), podría decir aquí, descendientes de una suerte de linaje: “es que mis abuelos y los abuelos de mis abuelos son más bogotanos que cualquiera. Y yo, ni modo de negarlo”, me dijo en una ocasión uno de mis entrevistados. Ese linaje, que se rastrea objetivamente, es decir, es posible demostrar que otro es colombiano porque sus padres son de tal o cual lugar, etc. Esto se traduce en atributos que sólo son distinguidos por personas que pertenecen a él, como construyendo una cierta aura “étnica” en torno a lo que los identifica y permite reconocerse. Esas diferencias se objetivan por contraste, cuando los atributos de las personas en los que puede reconocerse “la descendencia” no son visibles o reconocibles:

Sólo cuando estás por fuera del país te das cuenta de lo particulares que somos los colombianos, a mí eso me daba risa; pero, eso me permite saber cómo andar, porque pues uno a los colombianos los reconoce, no sé cómo explicártelo, pero cuando ves su cara, el gesto que tiene, y pues, en la forma de vestir; que en los casos más evidentes es de algún equipo de futbol o con el nombre de una empresa colombiana o así. Luego va uno y se acerca y por el acento ya uno sabe que es colombiano, como por los gestos, la forma en que mira, no sé, pero te das cuenta que los colombianos somos distintos, no? (Entrevista No. 6. Lina. Canadá)

Bourdieu (1996) ha denominado a esas disposiciones habitus, y de alguna manera son reconocibles (objetivables) cuando se entra en otro campo, y por supuesto, son reconocibles sólo por quienes han hecho parte de él, esas disposiciones suelen manifestarse en rasgos atribuibles a todos quienes han compartido el campo.

Muchos de esos atributos guardan y garantizan una coherencia con el orden en el que se supone se aprehenden las cosas: por ejemplo, la asociación entre el lenguaje y los estratos socioeconómicos, o estos con los vecindarios; el lenguaje y las prendas de vestir con las regiones, entre otras. En los contextos transnacionales, donde coinciden migrantes y nativos las asociaciones no son tan simples, y tienden a trastocarse:

Ahora, el problema es que, como te decía, no puedes hacer asociaciones como las que hacías en Colombia, entonces no sabes de cuáles colombianos son los que distingues, porque es que siempre te encuentras colombianos de todo tipo, de los malos y de los buenos, y a eso súmale gente de todas partes del mundo (Entrevista No. 6. Lina. Canadá)

Con la trayectoria de los migrantes coinciden otras (no sólo personas de otros lugares, sino que con ellos sus estilos de vida, la impronta de una región o país, lenguajes, gestos, etc.), que juntas conforman un nuevo contexto (es al resultado de ese entrecruzamiento a lo que suele denominarse contexto transnacional) y por eso resulta difícil establecer la correspondencia entre unas trayectorias y otras: es difícil asociar vestidos o lenguajes con condiciones socio-económicas, etc. O, por ejemplo, asuntos étnicos con asuntos sociales y políticos. Además, porque los campos ofrecen la posibilidad de reinventar esas asociaciones. Una de esas formas consiste, justamente, en que antes de construir un relato sobre la variabilidad cultural y la coherencia de ésta con asuntos como el status económico, social, y/o cultural, tiende a buscarse la homología a la manera: los latinos son así, los africanos siempre son así, etc., que tiende a eliminar las asociaciones más complejas a cambio de unas simples que permitan establecer lazos, pero que así facilitan alguna coherencia en el momento de las relaciones con los otros o con los mismos; y así, aleatoriamente se encuentran las asociaciones que le dan coherencia a la relación de las personas con otros que hacen parte de su misma nación:

Ahora que lo pienso, uno sí siente una cercanía cuando descubre colombianos trabajando o atendiéndolo a uno. Por ejemplo, cuando vas a un restaurante y te das cuenta que quien te atiende es colombiano, pues uno siente una cercanía; por ejemplo, yo le pregunto de dónde es y así, como que entendemos de todos modos cuál es la situación de todos acá, ¿ves? Eso sí, como te digo, la cosa no se puede generalizar, no falta el pedante que si uno lo atiende pues pone la actitud arrogante como diciendo ‘mírate tu ahí vendiendo y yo soy el que compra’. Pero eso también pasa en Colombia, así que lo otro que te cuento de sentirse cercanos pues es como ganancia, ¿no? Ahora lo más gracioso es que ellos, los arrogantes, van y le piden rebaja a uno (risas) ¿si ves? el que es colombiano no deja de ser. Así sea para joder. El problema es que ya no sólo se lidia entre nosotros, sino con otros más: africanos, chinos, etc. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Así, en el campo transnacional, como en todo campo, la posición está en disputa, y esa disputa es alentada por la variabilidad misma que es producto de todas las trayectorias y capitales que coinciden en ese campo (Bourdieu, 1996); se trata entonces de que el inventario de recursos sociales y culturales, para establecer relaciones y posicionarse, se diversifica y aumenta: coinciden en ese campo formas de encontrarse con los otros, de hablarse, de nombrarse, interpeladas por la forma en que los unos piensan e imaginan a los otros. En ese campo transnacional, y en el caso particular de migrantes, se cruzan las imágenes que circulan acerca de quiénes son los colombianos con lo que hacen; esto a su vez con lo que piensan los nativos acerca de ellos; y todo, con lo que hacen y son efectivamente en la experiencia los colombianos y otros nacionales. Recursos o rasgos que generalmente son agrupados en grandes categorías que permitan una aprehensión más eficaz de ese estado de cosas: los latinos, los árabes, etc.

Cuando yo trabajé en un banco sabía que había gente, gente mayor, por ejemplo, con los que debía disimular al máximo mi acento latino. Los gringos no saben distinguir el acento colombiano de los demás. Entonces yo disimulaba porque sabía que si lo notaban no los iba a ganar como clientes. En cambio, cuando noto que es alguien latino o así, o un tipo de gente más joven que le gusta nuestro acento pues lo dejo salir sin problema (…), hay gente que se interesa por cómo son las cosas en nuestro país además de lo que se escucha del narcotráfico o de la inseguridad. Y tampoco es que crea que haciendo eso esté traicionando a la patria, simplemente que así está bien, así me va mejor. A mí nadie me quita lo de colombiana. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Hay algo fundamental que ofrecen los contextos transnacionales: poner en evidencia los mecanismos que permiten a los nacionales experimentar la nacionalidad de una manera incorporada de tal manera que parece natural, y posibilitan que el sujeto sepa cómo “moverse” entre los suyos. Ese cómo no es el resultado de un cálculo racional, sino de una suerte de habituación garantizada por el contexto, las personas y las instituciones que hacen parte de él. En otras palabras, porque es compartida. En contextos transnacionales el asunto parece no operar así, es decir, las disposiciones no garantizan la fluidez de la vida social, lo que hacen es evidenciar la extrañeza, de ser ajeno a esa vida social; pero, paradójicamente, permite que a los migrantes se les dé y se den su lugar (para excluirlos/excluirse o para incluirlos/ incluirse) e incluso para referenciarse e identificarse entre los mismos.

Identidad y dispositivos simbólicos

Los elementos simbólicos que se inventan, reinventan y consumen, en torno a los cuales se agrupa la nación permiten reconocerse a sí misma: algunos se establecen oficialmente como suele ocurrir con los himnos, las banderas, las fechas conmemorativas y demás; otros, suelen gestarse en las regiones, caracterizar a sus habitantes, y terminan siendo asumidos por el conjunto de la nación como identificadores de la misma; o la nación termina siendo asociada a ellos sin entrar en contradicciones: el sombrero vueltiao, el carriel, el poncho, la ruana, etc. Y hay otros que constantemente se inventan y reinventan, en una suerte de economía simbólica en la que a través de un mercado simbólico y mediatizado se ponen en escena: piénsese en la selección Colombia de futbol, por ejemplo. Estos símbolos alcanzan una justa expresión en el contexto del estado-nación, y si bien disparan las emociones encuentran regulación en la vida cotidiana. Algo distinto sucede en contextos transnacionales:

(…) se celebran muchas cosas colombianas. Y como que estando lejos eso tiene más sentido, ¿no? Por ejemplo, antes para mí el 20 de julio era un día festivo como todos; acá no, una siempre está como a la expectativa de lo que va a hacer la gente. Una vez fui a un festival vallenato, y eso fue con himno nacional y todo y banderas, hasta pintaba bonito pero la gente exagera; terminan todos borrachos y haciendo un escándalo; que por cierto por eso también nos conocen. Entonces decidí que era la primera y última vez que iba a esas celebraciones. Además, ni que uno en Colombia saltara de la dicha cada 20 de julio o así…Lo que pasa es que, como te digo, acá si da un poquito de nostalgia eso, y por eso se emociona, como que uno quiere sentirse por allá [en Colombia]. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

En el contexto nacional, los símbolos que motivan la adhesión de las personas a la nación, adquieren expresiones mesuradas y limitadas; es decir, las expresiones adquieren coherencia porque están en el contexto que las gesta. En tanto que en contextos transnacionales la expresión adquiere visos dramatúrgicos, con ellos no sólo se conmemora algo sino que se conjura la distancia y la ausencia; de ahí su exacerbación alentada por la carga emocional que genera el estar lejos y donde las prácticas que exhiben símbolos nacionales suelen convertirse en evocativas del origen, y a su vez en instrumentos de conjuro de la distancia y las ausencia, como si se tratase de una forma simbólica de estar en o invocar el lugar del que se partió.

Por otro lado, están los objetos cotidianos, que naturalizados por la rutina, poca relevancia adquieren en el contexto nacional (justamente por ser cotidianos). Sin embargo, fuera del país, estos terminan convirtiéndose en símbolos de apego a la nación, en invocadores de ella, contrastados por las notables diferencias. Otra vez, es ahí donde se objetiva la distancia, lo que les es ajeno y propio; por supuesto nunca tanto como cuando están en casa, sólo el hecho de que sean conscientes les recuerda que no están ahí, y a su vez que el lugar de donde son está en otro lugar:

[En Estados Unidos] ya se encuentra de todo, bueno casi todo lo que se puede comprar en Colombia: chocolate, café, los dulces de allá, hasta panela. Entonces digamos que uno puede hacer la comida colombiana y así no sentirse como tan lejos, ¿no? (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Así, no son la distancia ni la ausencia lo único que hace posible la objetivación de la relación de apego con Colombia, a través de los objetos de uso cotidiano. Pensar que la relación entre la distancia y la evocación es casi automática me resultaba problemático, más aún porque era inquietante la forma en que los narradores establecían ese relato en el que vinculaban esos símbolos con el apego a la nación:

Claro que uno siente que se le mueve el piso cuando está en las celebraciones del 20 de julio, o en algún evento de colombianos, pero a mí por ejemplo eso me hacía acordar de lo que hacíamos en mi casa cada que llegaban esas fechas, que en Colombia siempre eran festivos, entonces mi papá era el que sacaba dizque la bandera y aprovechábamos para salir por ahí, así fuera sólo a caminar o comíamos distinto y así. Entonces, ¿ves?, claro que uno siente nostalgia por el país viendo la bandera la fecha y así, pero también por lo que hacía allá en esas fechas. (Entrevista No. 2. Ana María. España)

Así, otro de los asuntos que permite el anclaje profundo de esos dispositivos simbólicos, convirtiéndolos en evocativos de la nación, son las formas en que se relacionan y pasan por la experiencia intima, en cómo esos están relacionados con la experiencia personal, es decir, cómo se conectan esos grandes dispositivos simbólicos con la experiencia familiar e íntima, es eso también lo que permite reconocerse y saberse parte de la nación, cuando esos dispositivos se entrecruzan con la historia personal.

Entonces, en el contexto transnacional, lo que permite la actualización de ese sentimiento de pertenencia, no es exclusivamente la conmemoración de los días emblemáticos, o las calles o avenidas. Lo que opera como actualización y evocación, son situaciones más cotidianas, referentes simples, que evocan la cotidianidad de la vida nacional: cuando están asociados a una experiencia más íntima de la “vida en Colombia”, los restaurantes de comida nacional, las marcas nacionales, como el famoso Juan Valdez, el pollo Frisby o la cadena Pan pa´ya etc. O productos muy tradicionales como la panela, los dulces, etc.:

Pero me siento colombiana cuando voy al supermercado y encuentro los productos colombianos; e incluso, imagínate, ahora compro panela, cuando en Colombia la odiaba… Es que esas cositas me recuerdan a mi vida allá, ¿no? (Entrevista No. 2. Ana María. España)

Así como las diferencias se exacerban en estos contextos, bien podría decirse que sucede lo mismo con la valoración de los dispositivos simbólicos que movilizan la identidad nacional: la comida, ciertas prácticas cotidianas, algunas palabras, etc. Son muy valiosas en el momento de evocar el sentimiento de pertenencia a la nación. Basta preguntar por algunas telenovelas colombianas, por algunos platillos, algunas expresiones. En suma, cosas que configuran la vida cotidiana de un colombiano en el país.

Identidad y estereotipos

Cuando se rebasan las fronteras del estado nación, la identidad que ha sido instituida en el sujeto por acción de su socialización y contextualización en el marco del territorio nacional, se enfrenta a una suerte de identificación atribuida, producto de los relatos que circulan acerca de los colombianos. Esta es una nueva tensión, una nueva disputa por la identidad; ya no la que se enfrenta a la distancia, a la ausencia o a otros nacionales, sino a los estereotipos; entonces, en los contextos transnacionales, no sólo se trata de cómo se actualiza la identidad nacional, sino que además hay una confrontación con la imagen extremadamente simplificadora que existe en el exterior de lo que son los colombianos (o sobre los migrantes en general. Los franceses son solitarios, los alemanes parcos, etc.), esos atributos asignados operan para lograr establecer un orden, es decir una correspondencia entre los atributos y lo que son las gentes que los portan y que favorece la distinción entre unos nacionales y otros (en ocasiones funda los relatos discriminatorios que abundan en torno a los migrantes); esto establece una ubicación en lo que imaginan las sociedades en las que confluyen los migrantes, donde se asigna una categoría a cada quien: latinoamericano y africano = subdesarrollo, trópico, tercer mundo, etc. (cada cual es un grupo al que se le asignan atributos que los distinga y que permita nombrarlos: los colombianos, los mexicanos, sin caer en mayores dificultades) que opera como criterio para excluirlos o incluirlos y, en ocasiones, para referenciarse e identificarse entre los mismos:

Lo primero con que nos relacionan es con el narcotráfico, y si eres mujer, pues tienen la imagen de las mujeres latinas fogosas y fáciles. Cuesta salirse de ese estereotipo a veces, y de que te estén diciendo: la colombiana, etc. Luego ya cuando entras en confianza pues como que ya estas más cerca de ellos. De todas maneras, parece que uno nunca se acostumbra. (Entrevista No. 2. Ana María. España)

Pero en la experiencia el asunto es más complejo, es decir, el migrante ya no sólo debe disponerse a la falta de familiaridad con el entorno que le recuerda que no es de ahí, y la nostalgia que le produce y que quizá le recuerda de dónde sí es; sino que debe disponerse frente a esos estereotipos que lo estigmatizan, en ese juego de tensiones debe ganar un lugar en la comunidad en la que se encuentra:

Y bueno, hay muchos colombianos, sí. Pero también hay mucha gente de otros países latinos: México, Guatemala, República Dominicana, etc. Y ahí te das cuenta lo diferentes que somos los unos de los otros (…). Y con los colombianos siempre se tienen algunas reservas, sobre todo por eso que te he contado. Uno nunca sabe quién es el otro, y aunque uno piensa que acá deben andar en otras cosas, yo he conocido gente que sí tiene sus cosas raras, desde bobadas como aumentar los precios hasta cosas graves; entonces uno se mueve con cuidado. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Que en contextos transnacionales las diferencias se exacerben debido a la poca correspondencia que hay entre las habituaciones, su desempeño en la práctica y la vida social, hace emerger la idea que los colombianos tienen de sí mismos. La interpelación de los otros sobre los colombianos, también opera y es crítica. La no correspondencia entre las formas que asume la vida social allá y los modos de hacer, pone en crisis la idea de los colombianos mismos, de manera que en ocasiones es necesario restituir las categorías y la coherencia entre una y otra, de ahí devienen las precauciones, etc.

Esa cautela a la hora de asimilar y reconocer esos relatos estereotipados que se asignan a los colombianos como atributos de su identidad, sirve también para posicionarse de la mejor manera para ganar.

Ahora, nosotros los colombianos, pues tenemos fama de verracos entonces conseguimos trabajo fácil. Lo que les gusta mucho es que nos le medimos a todo, que si nos contratan para jardinería pues le hacemos, y si toca ahí mismo plomería pues toca, eso no pasa con otros, que si les toca reparar un tubo pues ahí quedan. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Con esto cabe la posibilidad de considerar a la comunidad de migrantes colombianos, diferente a los nacionales que están en el país, como si se tratara de otra forma de ser de los colombianos, en el sentido en que las formas de socialización y disposición cambian, como si pudiese establecerse una caracterización homogénea de lo que son y hacen los colombianos en el exterior, más aun cuando constantemente puede encontrarse que suelen reproducirse las formas y variaciones de la sociedad, tal cual como en Colombia; sin embargo:

(…) como en Colombia [aquí en Estados Unidos] no falta el hampón, el que se roba cualquier cosa o todo, si le dan la oportunidad, y el perezoso que llega tarde, o borracho, ¿ves? Es como allá, igual… No que por estar en Estados Unidos se le quitan todos los defectos y uno se vuelve un mar de virtudes. Lo que pasa es que como la mayoría de la gente llega endeudada, o piensa en que entre más trabaje más rápido se devuelve, además acá es a otro precio, entonces eso ajuicia a algunos, pero tampoco para decir que todos, todos los colombianos somos ángeles de la guarda. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

De manera que generalizar, cuando se ha dicho que en contextos transnacionales hay una ampliación de la variabilidad (de personas, de nacionalidades, de lenguajes, de acentos, de vestidos, etc.) resulta un despropósito. Por otro lado, se refuerza la idea de que los estereotipos operan también como dispositivos evocadores de lo que son los colombianos, aunque siempre habrá quienes corresponden a la imagen estereotipada (de hecho es sobre ellos que se construye la generalización): el narcotráfico, la delincuencia, la alegría, la verraquera, etc. Solo que esta vez, no en ausencia como en el caso del territorio-otro, sino por oposición:

Pues es que uno para hacer las cosas torcidas [ilegalmente] lo piensa dos veces, no sólo porque se puede meter en un problema bien grande, sino porque terminan diciendo: si ve, y luego dicen que no son dañados o qué sé yo. Y se termina justificando esa imagen terrible que tenemos los colombianos; no todos, claro, ni la mayoría… Pero la suficiente como para que nos hagan un chiste, por ejemplo. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Entonces se trata de una identidad atribuida por los constantes discursos generalizantes que circulan, ya sea por medios de comunicación o el cine: el narcotráfico, la violencia, la inseguridad, la corrupción, el subdesarrollo, etc. Así, la identidad se disputa con esos estereotipos, aunque se corre siempre la tentación de pensar en la identidad nacional como una identidad performativa, que se adecua a los requerimientos. Quisiera aseverar aquí que se trata de una disputa entre estereotipos considerados esenciales y la forma en que se presentan esos atributos lo que le permite a un ciudadano presentarse en el espacio social.

Además, lo de ser colombiana se lleva como dentro de uno, ¿no? Porque muchos dicen que nosotros nos caracterizamos por ser buenos trabajadores, por ejemplo, pero yo conozco un montón de colombianos que los viven echando de los trabajos por llegar tarde, por perezosos. O también nos reconocen por ser muy católicos, me da risa, pues sí hay gente que va a la iglesia, e incluso que busca iglesias evangélicas de las mismas a las que ha ido en Colombia, pero también hay un montón de ateos, o que no les importa eso. Entonces que no me vengan con cuentos que los colombianos somos así y asá. (Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

He reiterado en varios momentos de este texto que la idea de la identidad nacional está montada sobre el supuesto de unos atributos homogeneizantes que permiten referirse a la comunidad política que se recoge en ella de una manera similar:

Existe una forma sencilla de entender el concepto de “identidad” como “igualdad”. Los componentes de determinado grupo se parecen justo en aquello en lo que se diferencian de los que no pertenecen a ese grupo. Los componentes visten y comen de forma parecida y utilizan la misma lengua; en todos estos aspectos se distinguen de los que no pertenecen al grupo, que visten, comen y hablan de otro modo (Smith, 1997).

 

CONCLUSIÓN

Es difícil defender la idea de una homogeneidad total de la identidad nacional en la comunidad de colombianos en el exterior (más aún, si ya es difícil hacerlo para los nacionales al interior del país). De hecho, cuando he dicho que las diferencias en contextos transnacionales tienden a exacerbarse, estoy diciendo que se somete a cuestionamiento muchos de los atributos que posibilitaban que las diferencias que permiten la identificación de los colombianos o su distinción se objetiven, dando lugar a cuestionamientos sobre las formas en que se identifican y son identificados los nacionales.

Las narraciones que he ido incorporando nos sugieren de alguna manera cómo efectivamente los colombianos en el exterior se reconocen en algo que “somos todos”, que los identifica y a su vez nos distingue y diferencia. Aquí aparece la característica que ya he enunciado: la identidad no es unívoca, sino que surge más bien de la disputa entre unos atributos asignados desde fuera: narcotraficantes, buenos trabajadores, inteligentes, gente que hay que mirar con cautela, etc. Frente a los atributos que se construyen imaginariamente al interior de la comunidad: el vacío por la distancia, la soledad, las dificultades, “la solidaridad por ser de los mismos colombianos a pesar de todo”. Por supuesto eso no excluye la posibilidad de coincidir entre unas imágenes y las otras: “que somos más rumberos, más extrovertidos”, dando lugar a algunos aspectos negativos, como “aprovechados, buena vida, etc.”

Esa disputa entre los estereotipos, su demarcación y lo que se reconoce como propio, está mediado por la forma cómo se incorporan las historias comunes sobre las que se construyen los atributos que parecen conformar una identidad nacional en el exterior. Otra vez aparece aquí la posibilidad de que la identidad nacional pase por una forma compartida de eventos históricos que constituyen la memoria de la nación y por algunos atributos que permiten a los colombianos reconocerse como tal. Sin embargo, hay más, existe la posibilidad de que todo ese entramado en el que se cruzan las historias compartidas, con las historias locales y personales, en las que se reconoce algo de lo que conforma la identidad nacional, y además entre en conflicto, se contradiga e incluso carezca de una coherencia:

(…) y eso que a veces no se quita, ya uno deja de ser latino para ser colombiano, y a veces ser colombiano es ser paisa, por todo, por Pablo Escobar, por el café, por todo, por lo que sea. Los colombianos somos paisas, y yo soy del Valle. Entrevista No. 3. Paola. Estados Unidos)

Es decir, el concepto de identidad nacional permite la coexistencia de atributos totalmente opuestos sin que se excluyan de la comprensión y la imagen que se tiene de los colombianos: por ejemplo la aparente mesura y timidez de las gentes del sur, los pastusos; frente a lo extrovertidos que resultan las gentes de Antioquia o de la Costa Caribe, etc.

Finalmente, todo opera como un dispositivo que permite presentarse de una u otra forma. La identidad como algo esencial, como algo que constituye lo que se es, es decir, que abastece la condición de las personas como sujetos, como nacionales, también es un inventario de recursos que permite ser de muchas formas sin dejar de ser lo que se supone se es; sobre todo porque los recuerdos históricos, los hitos de las sociedades, los atributos regionales asignados, los símbolos populares: las canciones, los ritmos, los autores, las virtudes o desvirtudes, terminan siendo la argamasa con la que se edifica una forma de estar ahí, en el juego transnacional donde se están disputando el lugar numerosas identidades, no sólo nacionales, sino otras identidades colectivas: de género, movimientos sociales, étnicas, etc.

Quisiera en esos términos y a propósito de la identidad étnica de los pueblos afrodescendientes del Pacífico colombiano retomar las palabras de Hoffmman (2001):

La definición del “ser negro” pasa por encima de las categorías territoriales, pero también por encima de criterios racialistas. Es negro o negra el o la que se siente tal. Y este “sentimiento” se construye en negociaciones constantes entre individuos y grupos que se presentan y se representan frente al otro, en múltiples ámbitos. Podríamos aquí introducir el concepto de “competencia mestiza” (Cunin, 2000), es decir la capacidad de cada uno de integrar o no la dimensión étnica en sus relaciones sociales, políticas, culturas e incluso económicas, en función de las situaciones de interacción y no como una característica intangible de las personas.

Algo similar habría que decir de la identidad nacional, en contexto transnacionales, y en disputa, que está lejos de existir una correspondencia y coherencia entre ésta y el territorio; o que se trata más de un asunto que pretende distinguir a los que pertenecen a un tipo de relaciones espacializadas, territorializadas. O que sea la forma de distinguir una suerte de atributos en torno a los cuales se agrupa una comunidad que encuentra sentido entre lo que es como individuo y las prácticas que pone en escena en ese marco nacional.

Ser colombiano es de quien lo “sienta”, de quien esté en capacidad de integrar esa dimensión en sus relaciones con los demás nacionales. De ahí que todos esos atributos que se le adjudican puedan operar como estrategias para estar ahí, en ese campo que se disputan varias identidades. Como si lo importante no fuese la consistencia entre los atributos de identificación nacional sino ser competente para poder vivir ahí, en ese campo de múltiples trayectorias.

¿Qué sucede con los procesos históricos que dan lugar a referentes identitarios en torno a los cuales se configura una comunidad? ¿Qué sucede con los atributos, las actualizaciones, y demás que he mencionado aquí? Creo que todos resultan insumos para poder jugar de manera competente en el mundo globalizado, ¿acaso no puede decirse eso de la “sagacidad” de los paisas, o de la mesura o inteligencia de los pastusos? Más allá de la aparente contradicción que hay entre estos rasgos de personalidad, ambos se presentan como nacionales colombianos. Y sólo ellos lo podrán hacer, el pastuso sabe cómo los rasgos de los paisas se integran en sus relaciones, y así sacar partido de ellos; lo mismo para las gentes de otras regiones del país. De manera tal que otra persona, de otra nacionalidad no podrá hacerlo, porque no es colombiano.

Creo que lo que distingue a una nación de otra no es exclusivamente los atributos “objetivados” sino que el inventario de insumos para presentarse en la vida transnacional dista de parecerse, y cuando se parecen difícilmente podrían ser integrados a sus relaciones por los nacionales de otros países.

 

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