Espantajos

Abstract

Como todas las mañanas, el olor del café traído por el indio Guaco exacerbaba el anuncio matutino de los gallos de Rafael Emilio, al otro extremo del campo donde los niños insistían en ser jugadores de fútbol. Eran tiempos difíciles, las mujeres habían envejecido y sus hijos, una vez concluían el bachillerato en el único colegio del pueblo, marchaban a Barranquilla a cursar una carrera y se quedaban viviendo allí. Los hombres como yo, a pesar de los achaques de la vejez, seguíamos al frente en las labores en las fincas bananeras y en las nuevas tierras donde habían sembrado la palma de aceite.
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