Abstract
Buitrago es la punta del iceberg de una tradición musical. Una matriz, culta y popular a la vez, en la que coexistían sin estorbarse la guitarra, el piano, la caja, la guacharaca y el acordeón, el invitado más tardío a la fiesta. Encontró en su región de origen –el antiguo Magdalena Grande-, al iniciarse en la música, una matriz facilitadora, en etapa de síntesis de influencias y acoples. Esta plantilla le ofreció géneros, acompañantes, maestros del pentagrama, competidores de primera línea, medios de difusión y letras de insuperable gracia. Él aportó a la misma un buen número de composiciones, además de un estilo de interpretación único, que el conocedor público colombiano acogió como se acogen los materiales de buena ley. “La piña madura”, de Eulalio Meléndez; “Dame tu mujer, José”, de su maestro y amigo Andrés Paz Barros; “La capuchón”, de su otro paisano Humberto Daza; “La varita de caña”, de Rafael Camacho Sánchez; “La hija de mi comadre”, de César Bermúdez Támara; y “El grito vagabundo”, de Buenaventura Díaz; o temas de sobra conocidos como “La gota fría”, de Emiliano Zuleta; “Zorro cucho”, de Lorenzo Morales; “La víspera de año nuevo”, de Tobías Enrique Pumarejo, y “El testamento”, de Rafael Escalona, son algunos ejemplos de excepción de esa tradición regional -mestiza en distintos sentidos- que el rubio muchacho de Ciénaga honró y potenció con su voz, su guitarra y sus pícaros arreglos, en una elemental devolución de favores. Buitrago construyó una carrera artística sorprendente en un periodo de pocos años. Murió, igualmente, de manera prematura, a los 29 años. Su obra le marcó un camino difícil de borrar a otros músicos populares de la región, como documenta Edgar Caballero Elías en este libro pionero sobre Buitrago.Downloads
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